09/05/2024
 Actualizado a 09/05/2024
Guardar

Hace dos veranos, el director de La Nueva Crónica invitó a varios de sus colaboradores a escribir sobre un tema muy concreto: contar lo que nos parecía sobre lo que encontramos desde Caín a Candín; o sea, a elucubrar sobre lo que hay entre el levante y el poniente de nuestra provincia. Uno escribió sobre la ruta norteña, la que atraviesa todas las montañas leonesas, las que forman parte de la ‘Cordillera Cantábrica’, esa misma que está jalonada de pantanos, desde el de Riaño hasta el de Bárcena. No sé si leísteis el artículo y si os gustó o no, pero quiero deciros que quedé muy satisfecho, porque, ¡para que engañarnos!, me dio por el palo del gusto, ya que hay pocas cosas en el mundo que me apasionen más que esas montañas; o lo que es lo mismo, pocas a las que mi adhesión sea más inquebrantable.

Por ejemplo: el espectáculo que ofrece el pueblo de Riaño, abrazado por las montañas en la que destaca sobre todas el Yordás, y con el pantano a sus pies, es inenarrable. No me extraña que mucha gente compare este paisaje con el de los fiordos noruegos; y como no conozco los dichosos fiordos y no me gusta hablar por hablar, tengo que hacer caso a los amigos que los han visitado y que me afirman que es una verdad como un templo de grande…, y uno, para bien y para mal, siempre hace caso de lo que le dicen sus amigos. Riaño es mucho Riaño…, pero es que, además, los pueblos que lo rodean tampoco son mancos: todos los de subcomarca de ‘la Reina’ (Boca de Huérgano, Los Espejos, Portilla, Llánaves, Siero, Valverde), parecen sacados de un cuento de los antiguos, de los que nos contaban nuestras abuelas en las noches de invierno antes de dormir. ¿Y qué decir de Burón, de Liegos, de Lario, de Acebedo, de Maraña, de la Uña? El valle del Riosol, que se encuentra aquí, seguramente fue dónde Dios decidió descansar el séptimo día, después de saber que la había cagado los seis anteriores. Aquí nace el Esla, que son palabras mayores, y aquí te sientes acojonado cuándo ves las miles y miles de hayas que enseñorean el horizonte. Y al acabar el valle, si tuerces a la izquierda, tendrás la suerte de ver el Pinar de Lillo, una locura la mires como la mires. Bajarás, entonces, el puerto de ‘las Señales’, el que comunica con el montaña de Porma, río mítico que da sus primeros pasas en estas cuestas. Es imposible, si se tiene un átomo de sensibilidad, no hallar la paz y el sosiego en estos lugares maravillosos.

Uno, que anduvo por ahí muchos años de su vida, nunca vio algo parecido. No digo que las montañas de Palencia o las navarras no sean hermosas; no, porque lo son, sin duda alguna. Pero todos, yo el primero, tenemos el defecto de comparar las cosas con las que conoces y ahí llega la tragedia: éstas siempre pierden frente a las que hemos visto desde que nacemos…

Los espacios naturales grandiosos, como lo es del que hablamos, se marcan a fuego en nuestra memoria, como si fuesen Dioses de las religiones primitivas (que seguro que lo fueron para nuestros primeros ancestros), a los que adoras porque reconoces su superioridad frente a nosotros, pobres mortales. Aquí no hablamos de riqueza, como hice la semana pasada con El Bierzo: aquí hablamos de naturaleza salvaje en estado puro, imposible de domeñar para los hombres. Dar una vuelta por estos lugares, aunque sea en coche, te sobrecoge y hace que no los olvides en toda tú vida. Recuerdo una vez, subiendo el puerto de Pando desde Boca de Huérgano. Fue en invierno, seguramente a finales de enero. El sol empezaba a esconderse cuando empezamos la subida. A punto de llegar a la cima, apareció la luna de enero más espectacular que vi en mi vida. Tanto que paré el coche y me bajé para gozar el suceso el mayor tiempo posible. Fue algo especial, completamente irreal, como si hubieras sido testigo de una aparición extrasensorial. No lo olvidaré nunca porque cada vez que paso por allí, aunque sea de día, rememoro aquella sensación alucinante y la disfruto como la disfruté en áquel momento, como si no hubiesen pasado treinta años según las cuentas de los hombres, como si estuviera ocurriendo ahora mismo.

Uno sólo odia a la Montaña cuando se enfrenta a la Ribera en el famoso corro que cierra la temporada de Lucha Leonesa. Y la cosa va a más, porque los del llano llevamos un montón de años perdiendo contra esta gente que aprendió de nosotros este sutil arte, llamado deporte, de la Lucha.

Por lo demás, me adhiero a los miles y miles de personas que hoyan sus caminos y sus senderos para admirar todo lo que posee; para buscar la paz y la concordia con el resto del género humano, aunque este género esté compuesto, mayormente, por un montón de hijos de puta que se han olvidado de palabras que antes no sabíamos que significaban pero que practicábamos y llevábamos a buen fin, a buen puerto: amistad, empatía, solidaridad, tolerancia, acogimiento…

Sí: me adhiero a lo que es y lo que significa este milagro de la naturaleza que son nuestra montañas, las de norte, las que ven nacer a nuestros ríos, las que abrochan esta provincia de levante hasta poniente… Salud y anarquía.

 

Lo más leído