Mientras empiezo la colaboración que cada semana publico en este periódico, me vienen a la memoria aquellos inolvidables años de niñez y juventud que, como en la mili los que la pasamos, tocaban retreta para finalizar la fiesta y recogerse, en aquel caso, en el cuartel.
El viernes pasado daba comienzo el curso escolar para los estudiantes de Infantil y Primaria, que es lo que a mi me afecta por razón de la descendencia, temido para unos y esperado, y deseado, para otros y otras, por el reencuentro que supone estar con los compañeros con los que vuelves a compartir pupitre, o mesa, ávido de contar lo sucedido durante el periodo veraniego, algo por otra parte parecía que nunca iba a finalizar pero que al final finalizó.
Como he comentado hace tiempo, cuando entendí que una cosa era el veraneo y otra son las vacaciones, ahora la realidad es la que se impone marcando los días y fechas en los que uno se tiene que incorporar al colegio o al trabajo, y como dirían los padres o superiores, sin rechistar.
Siempre te queda el consuelo de apelar al dicho o la experiencia de «¡Que me quiten lo bailao!», como expresión de que lo disfrutado, durante un periodo de tiempo pasado compensa la indeseada reincorporación a las obligaciones. Una vez reincorporado, como he dicho, al trabajo o al estudio, de lo que se trata de hacerlo de la mejor manera posible y, como la aguja de las inyecciones, que te duela lo menos posible.
Ahora las vacaciones se disfrutan, generalmente, de una manera distinta a como se hacía hace bastantes años, que te conformabas con no cumplir con determinadas obligaciones y con levantarte más tarde de la cama y de acostarte lo más tarde posible con la alegría de no madrugar al día siguiente, sino que, de lo actualmente se trata es de poner tierra por el medio para conocer otros lugares que, en tiempos pretéritos, ni te imaginabas que conocerías como no fuera por la películas o revistas de entretenimiento. Esto me lleva a recordar a las anteriores generaciones que raramente conocieron un hotel, si bien se conformaron con una humilde pensión o pasar unos días en casa de algún pariente generoso que les brindaba el alojamiento sin coste alguno.
Expuesto lo anterior me centro en lo que nos queda por venir, si es que viene y nosotros estamos aquí para recibirlo y disfrutarlo. Para finalizar esta colaboración, permítanme algo que, quizás yo lo expuse anteriormente, y que, a pesar de los años transcurridos desde que siendo un niño escuché contar a unos mayores sobre el comienzo del curso escolar en un pueblecito, cuando al dirigirse a la escuela dos niños observaron como se estaba sacrificando a un cerdo y este emitía unos imponentes gruñidos, por lo que los mencionados niños, al ser testigos de tan cruenta escena, manifestaron los siguiente: «Anda este, se queja, mira que si tuviera que ir a la escuela como nosotros». Dicha expresión, a mi entender, no tiene desperdicio ni comparación.