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Agraviar y aprender

02/06/2024
 Actualizado a 02/06/2024
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Javier Marías, al que Dios tenga en su gloria, me dedicó un artículo reprobatorio. En él me llamaba idiota, chismoso y mezquino, pero sin duda el hallazgo más genial del autor de ‘Todas las almas’ fue denostarme diciendo que yo era un persa de mentiras. Marías, como Nabokov, tenía esa genialidad de cavar túneles subterráneos que conectaban palabras e ideas. En este caso, mi nombre de pila hace referencia a los monarcas de la dinastía aqueménida, cuyo último representante, Darío III, fue derrotado por Alejandro Magno en la batalla de Gaugamela, incorporando para el helenismo los territorios del eterno enemigo de Grecia.

Siempre me ha gustado bromear con esta circunstancia, repitiendo que tengo nombre de perdedor, aunque esta afirmación obvia las conquistas del antecesor del vencido, Darío I el Grande, que llegó a invadir islas y ciudades griegas, y que sólo fue frenado en la famosa batalla de Maratón.

Volviendo a Marías, ¿qué pudo provocar su enfado? Pues otro artículo, claro. En uno de esos aniversarios que periódicamente ocupan los periódicos, valga la redundancia, me tocó escribir sobre las truculencias de un legendario director de cine muy querido por Marías. Éste murió dos años después, sin que este humilde plumilla pudiera explicarle los pormenores de las técnicas de titulación de artículos y posicionamiento SEO de la actualidad, y cómo estos se escapan en la mayoría de las ocasiones del control de quien firma los artículos. Al poco, murió también Antonio Gasset, otro ídolo y también otro de los cabreados con mi texto.

Hay quien exhibe estas cosas con una especie de desdén orgulloso, riéndose del contrariado, como si fuese un pez que hubiese picado el anzuelo. Una pieza grande y poderosa, acaso un veloz marlín, pero desde luego no tan lista como el astuto pescador. Para mí el texto de Marías es un honor, no sólo por el hecho de que sus ojos se hubiesen parado un momento por lo que yo escribí, sino también porque la crítica de los grandes es mucho más didáctica que cualquier alabanza, ya sea de grande o de pequeño. En las poquísimas ocasiones que he recibido un cumplido por parte de un tótem he sentido una cierta desconfianza, un escepticismo enfriándome las orejas. Las palmaditas en la espalda no se diferencian tanto de las puñaladas que te clavan en la misma parte del cuerpo los enemigos. Pero, ah, los ‘uppercut’ en la cara de quienes admiras y respetas: son para estudiarlas con detenimiento, oro molido que regalan de un puñado en las manos.

 

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