25/07/2024
 Actualizado a 25/07/2024
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Dice ahora un estudio que sentimos tranquilidad cuando vemos el mar. Desde un acantilado, una roca, un banco de esos de los 400 más bonitos del mundo, la arena brillante de la playa o un barco al atardecer. Pensar en mar tiene, para los de tierra sobre todo, una conexión directa con las vacaciones de verano, con una infancia en la que siempre había helados, pantalones cortos y una pelota de fútbol de Nivea o Cola Cao. 

Supongo que ese fue uno de los motivos por los que algún arquitecto vio en un paseo marítimo una oportunidad para convertir lo que era un camino sin más, sucio con tanta arena, en lugar de un camino y una parada obligatoria y tranquila, llena a la vez de estimulantes. 

El agua nos dio la vida y el mar siempre ha tenido sus leyendas por ser territorio no explorado aún. Sirenas, triángulo de las bermudas, incluso la fuente de la juventud (agua de vida en una isla a la que debes llegar con barco). Puede que esa influencia del mar, que es agua que se mueve con la Luna…, o también haga del paseo marítimo un lugar lleno de historias imaginarias y reales. 

Real es esa mujer mayor, claramente enferma, en sillas de ruedas y abrigada con 30 grados, que ha ido a ver el mar así, de lejos, quizá por ultima vez. Tantos niños y familias en ese lugar que también es de besos de verano, parejas de la mano, un músico callejero que toca la guitarra y los perros chapoteando con una cara de felicidad cada vez que corren en la arena. 

Al final del paseo, una pareja madura le pide a una joven mochilera una foto. «A ver cómo hemos quedado», dice ella con ilusión. El recuerdo. Eso les queda del tiempo en el que pudieron ver el mar bravo que es la vida.

 

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