24/11/2024
 Actualizado a 24/11/2024
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Se me ha escapado noviembre de las manos sin hablar de membrillo, de San Martín, castañas, Santa Cecilia o la matanza. Y aun corriendo el riesgo de resultar repetitiva, no puedo evitar mencionarlo cada año, aunque solo sea eso, porque cada noviembre alberga diferente frío en distinto calendario. Nunca renunciaré a homenajear este invierno tan del norte, tan nuestro, tan de nieve y leña, perfecto para encender lumbres que ayuden a secar esas Danas de todo tipo, que estamos viviendo. 

Acabamos de atravesar un noviembre trepidante, de tormentas informativas y reales, tan difíciles de detectar en los mapas meteorológicos como  en los mentales. Una Dana sin precedente que, de distinta forma, nos ahogó a todos. El drama de Valencia ha sido la metáfora perfecta de la avalancha informativa que nos arrastra a los espectadores, hasta llegar a sentir que te ahogan las noticias, como el agua desbocada que pilló desprevenidos a los vecinos  del barranco, donde no había llovido. No lo vieron venir. Llovió aguas arriba, repetían los de abajo, mientras veían el torrente arrasar con todo, sin   medios ni tiempo para ponerse a salvo. Lo mismo ocurre con las danas informativas. Nos llegan globos sonda, noticias llovidas muy arriba, tanto que parecen ajenas a nosotros, pero que acaban dirigiendo nuestras vidas.  Nos empapan con titulares demasiado grandes y lejanos para que no podamos desmenuzar lo cierto de lo falso, en un torrente de datos, aumentando el caudal y la fuerza a medida que baja hacia el lector, hacia el espectador, hacia el barranco. Nos  saben frágiles y permeables. Saben que pisamos tierras inundables y nos salpican con temores del peligro que supone para el mundo unas elecciones al otro lado del mar. Y nos incitan a trepar a los tejados para esquivar la riada o cavar búnkeres en la bodega del pueblo, para evitar los juguetes nucleares de un señor ruso envalentonado, o los de  un tal Kim Jong asegurando que Corea los tiene más grandes.  Ayer conocí un palabro nuevo: Infodemia. Así se llama esta sobrecarga informativa, en la que no controlamos la información que recibimos. Información demasiado grande para abarcarla, demasiado pesada para llevarla a hombros y demasiado embarrada para discernir lo real de lo falso. Nunca nos tuvieron más amedrentados, más confundidos y enfrentados, hasta teniendo que elegir entre Broncano o Motos porque ya no hay gris en esta paleta de colores.  Solo polarización premeditada. 

No me ha gustado este noviembre sin tiempo para rumiar las cosas, en el  que nos bebimos las tormentas de un solo trago, tan fugaces que si te pierdes el informativo de la noche, un defraudador confeso sale de la cárcel y suelta una bomba de racimo en la que no se salva nadie del gobierno, cubriendo con un tupido velo de fango la tragedia valenciana y a un tal Mazón,  que pasó de ser protagonista absoluto  de noticieros nacionales e internacionales, a ser un silencio. Y mañana por la mañana te preguntarás cuándo ocurrió todo eso, si solo te perdiste un telediario. Ya  no nos dejan tiempo para digerir tanto dato, hay que tragarlo entero y después, rumiarlo, como las vacas. Ha sido un mes de danas informativas, de inundaciones físicas y mentales. Qué difícil rebuscar entre la maraña, separar bulos de información veraz, invenciones de datos  y, quien tenga capacidad y ganas, construir una opinión lo menos adulterada posible, quizá errónea, pero propia.  

Leí esta semana un artículo muy interesante sobre nuestro sistema cognitivo, que, al tener una cantidad limitada para procesar la información recibida, debe priorizar la más importante. Algo falla cuando te llega más información de la que puedes digerir y además no puedes seleccionar el chaparrón que suelten los informativos y, como una moneda girando, vas viendo distintas caras a la misma noticia, según la cadena o la emisora que escuches.  Según la doctora mexicana Reynoso Alcántara, en el proceso de recibir la información, hay dos pasos: primero llega a la memoria de trabajo, donde se almacena temporalmente, y de ahí va a la memoria de largo plazo, donde quedan ya los conocimientos que después rescatamos. Si es demasiada la información recibida de golpe, corremos el peligro de no procesarla bien y la almacenamos erróneamente. En eso estamos. Dominan el método. Riadas informativas en las que no tenemos control ninguno, somos meros espectadores y escuchadores viviendo en terreno inundable, sin poder actuar sobre los hechos, ni paraguas adecuados para protegernos de ellos, salvo desconectar del mundo y buscar silencio.  

Por eso, no es ni discutible que debo hablar de noviembre cada año. Y de la nieve y el frío. Y del fuego. Porque noviembre nunca te mete prisa ni te engaña. Siempre estará ahí, casi en la esquina del año, ese rincón semioscuro al final de la casa, donde se apilan los meses, doblados uno sobre otro, en riguroso orden. Sin prisa, sin pretender adelantarse unos a otros. Sin sorpresas. Cómo no querer escribir sobre noviembre y su calma…

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