En una de las escenas más recordadas de ‘El desencanto’ (Jaime Chávarri, 1976), Michi Panero recuerda ante su madre, Felicidad Blanc, una historia: siendo niños él y su hermano Leopoldo María, una perra tuvo cachorros y el patriarca de la familia, Leopoldo Panero, ordenó a su esposa sacrificar a los cachorros. Entonces Felicidad cogió la camada, la metió en una caja, se la llevó junto con Michi y Leopoldo María, y se fueron los tres hasta el río. Cuando estuvieron encima del puente, Blanc tiró uno por uno los perros al torrente. Lo curioso, reprocharía mucho después Michi a su madre, fue que hiciese unos agujeros en la tapa de la caja para que los cachorros, «que eran como ratas», pudiesen respirar en el trayecto hasta su muerte.
Anoche una gata se metió en el huerto y dio a luz a su prole en el antiguo gallinero. Lo descubrimos cuando escuchamos los maullidos, dispersos, de varios gatines. La gata salió disparada y nos los encontramos: había uno con los ojos bien abiertos y el resto deambulaban y soltaban gritines agudos. Se decidió no hacer nada, para ver si volvía a por ellos. Esta mañana uno estaba muerto y sólo quedaba otro, temblando tras una noche muy fría. Lo metimos en una toalla, le limpiamos los ojos y recogimos el cadáver de su hermano (o hermana).
Alguien decidió que, si sobrevivía y era hembra, se llamaría Esperanza, mientras que, si resultaba ser macho, le tocaría Cristo. En homenaje a las fiestas de estos días. Como casi todo estaba cerrado, fuimos a la farmacia de guardia a comprar una jeringa grande para darle agua mezclada con leche.
La situación, que lleva repitiéndose desde hace mucho tiempo, nos devuelve a la eterna pregunta: ¿Qué hacer? Hay quien propone ejecutar lo mismo que Felicidad Blanc. Hay también quien aboga por no intervenir y dejar que la naturaleza siga su curso, como con el gatín fallecido. Hay quien quiere llevarse a Esperanza (o Cristo) a casa y sustituir a una mascota recientemente desaparecida. Y hay quien busca veterinarios o protectoras de animales para dejarlos allí y que alguien (o el destino) se encargue de la criatura.
Mientras se intenta responder a la eterna pregunta, unos maullidos revelan que otra de las crías está escondida entre unas ramas. Otro jeringazo de leche y a la cesta con su hermano/a. ¿Lo habrá depositado su madre allí? ¿Cuándo? ¿Habrá estado todo el tiempo? Más preguntas y la pareja se enreda y se da calor hasta quedarse dormida. La amenaza de la muerte ante seres tan frágiles nos devuelve a un estado extraño. Las dudas ante qué será la correcto tienen muchas manifestaciones, desde la conmiseración atávica a los agujeros en la caja de Felicidad.