¿Recuerdan a Auggie Wren, el estanquero de la película ‘Smoke’, el que todos los días, a la misma hora, hacía la misma fotografía en Brooklyn de la esquina de su negocio? Pues yo hoy, tenía pensado escribirles sobre mi nuevo y particular Auggie Wren que, todos los días, me regala, mejor, regala o nos regala la misma fotografía de un lugar postindustrial y hoy, digamos, turístico muy querido por él y, también, por mí. Pero la ponzoñosa actualidad que me tiene cada vez más desilusionado me lo desaconseja. A veces, el ánimo nos lleva a grisear incluso las más preciadas bellezas que la vida, de continuo, nos ofrece. Quizá por esto descreído y anémico de temple, recuerde una vez más la frase de don Victoriano Crémer en su artículo ‘Escribir en España’ en la que afirma: «…digo y repito que escribir en España es, más que un duro experimento, un ejercicio de resistencia».
A peor, perdón, a y para mejor, ayer tuve la suerte de leer el ensayo ‘Rosas contra el Estado’ contenido en el libro ‘El derecho a disentir’ de Mauricio Wiesenthal, (Acantilado, 2021) y así, aun mi anémico ánimo, poder afrontar hoy este ejercicio de resistencia mientras contemplo, no sin pena y sin rabia, cómo todos los autoproclamados salvadores de patria y pueblo andan, aun sus diferencias, más entregados a los «prosaicos y oscuros negocios del Estado», ¡del poder!, que a las rosas de las que realmente está tan necesitada esta ciudadanía a la que según conveniencia se dirigen como «gente» o «pueblo» recordándome una vez más esos versos de Artur Lundkvist que en su poema ‘El pueblo’ enseñan que «El que con mayor grandiosidad habla del pueblo, quiere utilizarlo para sus propios fines. / El que se hunde en las profundidades del pueblo quiere evitar sus propias responsabilidades».
Ante el panorama público y político del país, cada día soy más agnóstico o descreído de todo y de todos. Se asemejan tanto todos en sus astucias tramposas y malintencionadas que más parecen élites –nada aristocráticas o de ‘los mejores’– marrulleras que unos dignos representantes de los varios anhelos que como desiguales ciudadanos tenemos. Soberbio desprecio me parece el concepto en que nos tienen por cómo, cual a creyentes carentes de todo de espíritu crítico, nos tratan de engañar. No confíen tanto en que una vez más nos tapemos la nariz para acudir a las urnas. Cada día me pregunto más si, en verdad, nos merecen. ¡Ah dudoso Hamlet! ¡Ay soñada democracia! ¡Ay imprescindible libertad! ¡Ay tiempos, ay!
¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos.