Les veo cada día, sentados en la primera fila, afanándose en aspirarlo todo con los ojos ávidos de conocimiento, sujetando con fuerza el lápiz, como si desearan domarlo para que atienda solícito al dictado de lo que escuchan: ¡hay tanto nuevo que aprender! Siempre deseosos de alcanzar los mejores resultados. «Profe, mira, hice los deberes».
El otro día les di la noticia de que van a tener que enfrentarse a una exposición oral. «Es una destreza fundamental que debéis dominar, hay que saber hacerse entender. Además va a ser parte importante para la nota». Les vi entornar los ojos y lanzar unos cuantos resoplidos, señal de alarma. El reto no va a ser fácil. Tener que explicar delante de unos compañeros de primero de ESO un tema en una lengua que no es la tuya es complicado. Esas risitas de los graciosillos. Habrá que estar atenta para asegurar el respeto necesario y el clima adecuado.
Algunas tardes, estos amigos acuden al Musac a clases de apoyo gracias a un proyecto educativo de Cruz Roja. Y es que el árabe y el español distan bastante, por mucho que nuestro legado lingüístico, tras la estancia musulmana en la península, atesora alrededor de cuatro mil arabismos.
Un compañero de clase, empatizando con ellos, tomó la palabra y dijo «Profe, pero Habib y Zaid tienen dificultad, les dejarás leerlo o no les exigirás lo mismo que al resto». Y fue Zaid, quien girando la cabeza aseguró en tono determinante , aunque agradecido, «Nosotros, igual», y su compañero Habib asintió con la dignidad del que no pide clemencia.
Ellos son una pareja de niños que llegaron el curso pasado. Aseguran, entusiasmados, haber estrechado la mano al rey de España en el colegio que les acogió.
Zaid está siempre especialmente risueño retozando y haciendo bromas a Habib. Durante una clase de español, explicábamos el significado del verbo «querer» a Irina, de Ucrania, recién llegada, refugiada, como ellos que proceden de Siria, y han vivido también en Líbano. Fue Zaid quien le hizo entender a Irina el significado, dibujando con los dedos índice y pulgar de sus manos un corazón mientras le mostraba su mejor sonrisa.
Un día, uno de ellos estaba algo más decaído, observé que se llevaba la mano a la mejilla. «Me duele la muela, profe, pero mi madre, pesada que venga a clase, no me deja faltar», y esbozó una mueca de resignación.
Habib y Zaid. Sus nombres significan respectivamente «querido» y «crecimiento». Resulta casi imposible no quererlos. Conocerlos es sentir que crece la esperanza en la humanidad.
Ellos, son la alegría de vivir.