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Amnistía e hispanidad

15/10/2023
 Actualizado a 15/10/2023
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La queja sobre España y la interrogación sobre su esencia y existencia, sobre si cabe distinguirla o extinguirla, es un topos común a la historiografía, la literatura y la pedantería política. La narración asociada a ese lugar común, sin embargo, ha ido mermando, como todo discurso moderno, hasta alcanzar la extensión de un tuit o, en la mayoría de los casos, la sola y categórica mención del nombre ‘España’ como un abracadabra que todo lo justifica y perdona. Demasiada gente sacude, esgrime, mienta o jura la bandera para encontrar una solución: ¡cómo no haberse dado cuenta! Lo de romper España riza el rizo. España se viene rompiendo desde antes de existir, tenemos un país de rompe y rasga rutinario. Incluso antes de que nos pongamos de acuerdo sobre en qué consiste, si es quebradiza o maleable, si los conceptos se fragmentan o, simplemente, mudan o qué podría hacerse con los pedazos, España se rompe como un rompecabezas cuando lo alzas. 

La hispanidad es otra noción blandita, prueba de que la historia amnistía a menudo con magnanimidad de alzhéimer. Pese al frufrú de los desfiles, los improperios bocachanclas y las manifas en contra, a la mayoría de los ciudadanos nos importa sobre todo que el 12 de octubre no caiga en fin de semana y haga buen tiempo. Quizás sea porque cada vez que se rompe España no nos enteramos o nos toca el trozo malo, ya es casualidad. O tenemos que pagar las grapas. Luego dirán que estamos mal ubicados, que lo merecemos, pero en las resquebrajaduras de España cabe un montón de gente.

La amnistía, por ejemplo, es la última espeluznante amenaza para tan delicado país. Tan catastrófica brecha vienen a lañarla con charlatanería de jubileta gurús del pasado que se jactan de haber remendado rasgones y cementado rendijas excusando que no son ellos quienes declaran inconstitucionalidades y olvidando amnistías recientes que sí lo fueron. La fiscal de Montoro, por ejemplo. Esa sí partió el país entre los que tienen mucho y lo esconden y los del otro lado del roto. Esa amnistía (2012) fue declarada inconstitucional (en 2017), pero eso no sirvió para que los defraudadores dejaran de beneficiarse de ella. Ese pequeño país que se independizó entonces contaba con unos 31.000 habitantes censados, pero no fue república, sino reino, con rey exiliado (que sigue). Para quienes creemos que el patriotismo se declara en Hacienda, aquella fue la Amnistía. La de los señores del célebre ‘procés’, que a estas alturas de la atolondrada historia parece un vodevil, me importa tanto como si se la conceden a… ¿Jordi Pujol? Si sirve para evitar que las hordas de Feijóo, Ayuso o Bendodo entren a saco en el gobierno de un país que no ven roto cuando ellos lo rebanan por la mitad o cuando (ahora con algún ministro de Vox), emprenden peores indulgencias, la doy por bien empleada. Compendia mi amigo Ernesto Rodera: como si les otorgan el premio Princesa de Asturias. Siempre que no caiga en festivo.

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