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¿Ángeles de la guarda?

31/05/2024
 Actualizado a 31/05/2024
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En el mundillo dela construcción se dice muy habitualmente que «las casas tienden a no caerse». Más piadosamente, que «lo que pasa es que Dios es bueno» o, de forma más definida «que todas tienen un ángel de la guarda (para cada una) que cuida de ellas».

Pero ni así, porque, en verdad, se hacen barbaridades sin cuento, antes, durante y después de su construcción. Generalmente pequeñas, que dan resultados pequeños, como fisuras, desconchones, desplomes y mil cosas más. Pero también las hay gordas, por los arquitectos, por muy famosos que sean (aquí cerquita tenemos, en Oviedo, un ejemplo), por los constructores y encargados, siempre quejosos de lo grandes que son los pilares y la cantidad de hierro que llevan, y por los usuarios, que, ni cortos ni perezosos, se cargan cualquier elemento que les incomoda, sin más ni más. Con diez veces esta página no tendría suficiente para contar las que personalmente he vivido, algunas que refrendan, muy de sobra, lo escrito en el primer párrafo.

Todo esto, claro, a cuento de la última ocurrida en Palma de Mallorca. Y me vino, al tiempo, el recuerdo de aquella tragedia de Los Ángeles de San Rafael (donde está claro que ángeles había, pero eran claramente otros), mucho peor que ésta, pues hubo cincuenta y ocho fallecidos y ciento sesenta heridos. Ambos por lo mismo: un exceso de carga sobre un forjado cuyas condiciones no eran las debidas para soportarla y, ambas dos, construidas a la buena de Dios y puestas en servicio sin ningún permiso, licencia ni supervisión técnica.

Hace unos días me comentaba un amigo, en una charla de esas que se hilan en la calle a consecuencia de un encuentro casual, lo «gordos» que eran unos pilares que tenía en un local, excesivos, innecesarios, una barbaridad. Bueno, le pregunté cuántas plantas tenía encima (eran varias pero no sabía), qué longitud tenían las vigas que iban al pilar (ni idea), qué superficie de forjado soportaba (ídem de ídem). Pero el pilar seguía siendo muy gordo. Y como esa enfermedad, la de opinar sin más ni más, es algo general, le conté un sucedido (que diría Tip) con un constructor, asturiano él y muy simpático además de amigo. Su queja era que el muro del sótano tenía «muchísimo hierro, le sobraba por todas partes». Tras unos minutos de discusión en que no se bajaba del burro, cogí lápiz y papel, dibujé el muro y sus cargas y empecé a calcularle, fórmula en mano, lo que soportaba. A los diez segundos, de forma automática dijo «pero yo de eso no se nada». Respuesta «entonces, cómo sabes que le sobra todo ese hierro». «pero qué c***** eres», me contestó. No, no era, ni soy, ningún c****, es que así luego pasa lo que pasa. Y era un profesional de la construcción.

Hay una legislación que cumplir. Desde 1963 está publicada la normativa que regula las cargas a considerar en los edificios según sus usos, público, residencial y cubiertas (y esto es esencial en el caso del derrumbe de Mallorca). Y como, a pesar de los ángeles custodios, lo mejor es ser precavido, y porque el legislador, que no se fía ni de su padre en este campo, en previsión de las posibles tropelías, tanto casuales (las menos), como intencionadas (las más), el legislador repito, para hacer el cálculo, obliga a mayorar las cargas y a disminuir la resistencia de los materiales a utilizar. Cuando juntas lo que mayoras aquellas (por ley) y lo que minoras éstas (también por ley), resulta que los edificios entran en servicio para más del doble de lo que realmente van a soportar, Y, además, esas cargas se aplican a «edificio lleno», es decir, toda la carga en toda la superficie, lo que nunca sucede en un uso habitual: en una vivienda todo el suelo estaría ocupado por personas, mesas, silla, librerías o pianos. 

Pero ni así, pues como ya se ve, mire usted por dónde, sucede lo que no deberían suceder, se hunde un techo, que arrastra los inferiores y ya hemos visto las consecuencias. 

Por lo que se ha comentado, el edificio de Mallorca era, inicialmente una vivienda, así que sus valores de cálculo eran eso, los de una vivienda. La primera en la frente: las sobrecargas de cálculo son mayores para el uso de público. La segunda, era una cubierta, en cuyo caso, la sobrecarga de uso se considera entre un tercio y la mitad del de la vivienda (puesto que en una cubierta-terraza la circunstancia de mobiliario y personas es mínima).

Resultado: la terraza, que estaba calculada para 100 cuando tenía que ser 400, estaba absolutamente llena y, para terminarlo de arreglar, bailando, y no precisamente un sosegado vals, o sea, más bien saltando, con lo que el sobrepeso por impacto, es aún mayor. 

De la reforma de esa terraza no hay constancia de asistencia técnica, ni de licencia municipal, ni nada.

Supongo, por experiencia, que al propietario le dijeron algo habitual «nada, de estas hemos hecho un montón, para qué vas a pedir una licencia que es cara y un técnico que, además de costar dinero, solo hace que incordiar y hacer gastar más». 

Pues sí, licencias y técnicos cuestan dinero, pero dan una garantía. Y voy referirme, porque me toca, a los técnicos: pueden equivocarse, todos somos humanos, pero, para empezar, tiene una responsabilidad, y con ella una cobertura. Sabe de qué se trata, a diferencia de mi amigo el constructor asturiano, y su misión es, además de cumplir la normativa y el bien hacer, defender los intereses del propietario, que es el que, de verdad, no sabe nada, ni tiene porqué saberlo, unos intereses que no solamente son del presente de la construcción, sino también, véase el ejemplo, del futuro de la misma.

Y lo malo es la sensación de predicar en el desierto, porque este discurso, de palabra o por escrito, es la enésima vez que, lo hago (lo hacemos, que a todos nos ha tocado más de una vez). 

Así que, en su defecto, parece que tendremos que seguir confiando en los ángeles custodios, de los que habrá que decir lo mismo que de las meigas: «eu non creo nas meigas, mas habelas, ainas».

05.31 ilu
05.31 ilu

 

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