Hace aproximadamente siete años, día más, día menos, esta columnista comenzó su andadura en la que cada sábado acude felizmente a su cita escrita con ustedes. Parece que fue ayer, pero el tiempo es un soplo de aire efímero y fugaz.
En primer lugar, quiero agradecer a este periódico, La Nueva Crónica, y especialmente a su director, David Rubio, que me dieran la oportunidad y el espacio para acudir a esta cita semanal que sigue apasionándome como el primer día. Encontrar un sitio donde te apetezca quedarte siempre es equivalente a encontrar un tesoro.
Siete años es algo así como un círculo mágico, por eso este inciso en la opinión, porque hay ocasiones en las que merece la pena tomar aliento, agradecer lo vivido y lo por vivir, pero siempre en libertad. Podría parecer innecesario, pero en estos tiempos tan políticamente correctos, en los que opinar siempre supone ciertos riesgos, se agradece el no tener jamás que pedir permiso y poder ofrecer tu punto de vista sin censuras ni consejos no solicitados.
A veces habré acertado y otras me habré equivocado, les pido disculpas por esos errores que todos, precisamente por humanos, cometemos.
Para revivir este aniversario he vuelto a leer mi primera columna, que en su día titulé «Azul», como homenaje a ese verano que entonces alcanzaba su esplendor. Hoy quiero volver a desearles lo mismo, que disfruten de ese azul, ya sea cielo, mar o piscina. Ninguna estación reserva tantos recovecos en nuestra memoria como el estío. La fusión permanente con la naturaleza a la que invita el cálido julio se rinde a la belleza de islas y riberas. Decir «verano» es tanto como decir agua, luz, picnic en la pradera, maletas, ukeleles, tortilla de patatas, cerveza con limón.
No sabemos cuántos agostos tendrá nuestra vida, por eso nunca dejen escapar el presente y ríndanse a la belleza de la brisa como las golondrinas.
Gracias por su tiempo. Nos vemos el sábado. Disfruten lo vivido.