«¿Dónde está Annie Leibovitz? ¡Llega tarde!». Nos encontrábamos todos esperando, el consejero de Cultura de la Comunidad de Madrid, el CEO de Condé Nast, la directora de ‘Vanity Fair’, y Leibovitz no llegaba a la inauguración de su propia exposición en la Sala Alcalá 31 de Madrid. Dije: voy a por ella. Y a por ella fui. Se alojaba en el Palace. Llamé a su habitación, respondió su asistente. Tardó quince minutos en bajar como una verdadera ‘prima donna’. En Annie Leibovitz todo es leyenda.
Durante la década que yo trabajé en ‘Vanity Fair’, ella era nuestra referencia máxima en fotografía. Aguardábamos con expectación sus espectaculares portadas para el ‘Hollywodd issue’, el número dedicado al cine de ‘Vanity Fair’ USA; buscábamos sus retratos de celebridades; seguíamos su trabajo con vocación de fans entregadas. Publicamos a menudo sus fotografías porque podíamos adquirirlas prácticamente gratis gracias a la sindicación de la editorial Condé Nast. De otra forma, sus imágenes tenían precios prohibitivos. Todo en Annie era y es excesivo, incluidas sus tarifas, claro.
De ella se cuentan mil anécdotas. Cuando hizo una gira de dos años con los Rolling Stones y tuvo acceso ilimitado a todos los momentos de la banda, incluido al de beber y drogarse hasta perder el sentido, ella cayó en la adicción y tuvo que pasar por una cura de desintoxicación. Cuando en 1980 fotografió a John Lenon y Yoko Ono en una habitación de hotel, él, desnudo, ella vestida. Cinco horas más tarde, Lenon fue tiroteado a la puerta del hotel. La fotografía fue portada de la revista ‘Rolling Stone’ y se convirtió en una imagen icónica. Cuando en 2009 fotografió a Penélope Cruz en Madrid con el torero Cayetano Rivera, pidió todos los focos de todos los estudios de Madrid, ‘to-dos’. Sus producciones fotográficas son como rodajes de Hollywood, con una planificación de meses y un ejército de asistentes, directores de arte, maquilladoras, estilistas, atrezzistas, técnicos de luces, etc. También cuestan igual que una película. Sus excesos son míticos. Al mismo tiempo, ella tenía una cara íntima y personal muy desconocida. Su pareja, la escritora Susan Sontag, enfermó de cáncer y Leibovitz la fotografió hasta el último día como una especie de notario del amor. El resultado es un reportaje desgarrador, muy alejado de su estilo habitual, que cuando salió a la luz levantó mucha polémica.
Por supuesto, Leibovitz conoce bien el poder y la fama. Y eso es lo que ha sabido reflejar en los retratos del rey y la reina. Dicen que son oscuros, que el eje está torcido. Son oscuros porque el poder es oscuro y misterioso. El eje está torcido porque le da cierto movimiento a la imagen y porque las monarquías, en el siglo XXI, no son monolíticas, siempre están al borde del abismo. Son imágenes de una calidad indiscutible, inspiradas claramente en las pinturas de Velázquez y transmiten con exactitud lo que la fotógrafa pretende. Buena es Leibovitz.