(Tribulaciones) La reflexión inevitable del final. En quién nos hemos convertido, qué hemos hecho, cómo y con quién. Ahora que se termina el año, sobre todo a estas edades, al curioso le explota todo. Qué era en enero y qué soy ahora, dónde estaba y dónde estoy. El año es una construcción humana y por ello invita al pensamiento, a la introspección personal de la evolución propia. El año no deja de ser una oda al paso del tiempo, a su fugacidad. Cuando se observa en perspectiva, se da cuenta de la transformación del yo inicial y el yo final; sin percatarnos nos hemos ido modificando en base lo que nos envolvía, desde las decepciones y tristezas, hasta las alegrías y momentos inolvidables. De todo se aprende, mayormente de los errores, déjennos cometerlos, porque no hay mejor profesor.
(Correrías) Me acuerdo del cambio geográfico, del trabajo, de animales, del segundo Oscar de Emma Stone, de ver embobado una pasión a pie de circuito, de unas calentadas descabelladas, de reencuentros bilbaínos, del verano mágico rodeado de magos (y perseguidores), de mis puñeteras gafas, del día en la radio, de cumplir este sueño escrito...
(Trance) En esas meditaciones, sí, se superponen las personas a las experiencias. Porque qué es lo segundo sin lo primero. Me vienen las que siempre han estado, las que se han difuminado, las que aparecieron hace unos años para quedarse de por vida y las que han llegado en éste para ir a los adentros más profundos. Del que limpiaba mi coche con la espalda, de los dos Borat, con el que me descojonaba mientras intercambiaba gestos granujas, del que grita cuando ve una pizza. Esas por las que agradecer a ese destino, o concatenación de desdichas, pero que maldices por haberlas puesto tan tarde. Pecador del intrínseco inconformismo humano, supongo.
(Suspirar) Un año da para muy poca cosa, pero a la vez sucede tanto. Lo mismo puede ser una verdadera castaña rutinaria que una mutación absoluta. Qué pasará en 2025, en qué nos habremos convertido a un año vista. Es probable que lo único que mantengamos de nuestra personalidad presente sea el nombre.