Como te ves, me vi. Como me ves, te verás. No ofendas a Dios que estás muy cerca de estar aquí». Bienvenidos. Acabamos de llegar a las puertas del cementerio de mi pueblo. Esta inscripción es el saludo inicial a ese lugar tan transitado en estos días de vísperas de Todos los Santos. Garrafas y calderos de agua para quitar lo mayor, cepillos para barrer un poco, bayetas para secar, abrillantadores para que reluzca el mármol, una piconina para las brozas que se acumulan alrededor del panteón, un bote de pintura blanca para refrescar las tumbas encaladas y flores, muchas flores. Claveles, crisantemos, margaritas, rosas, lirios y gladiolos, esas espumas de color de verde que se empapan de agua para que aguante la flor. Todo para un rato, para un día en el que hay que buscar para encontrar el nombre en la lápida porque no hay más que ornato. Andan paisanos y paisanas afanados ya en adecentar su parcelita, la que hoy guarda a los suyos y, quién sabe cuándo, también será su lecho. Y el mío.
Cada 1 de noviembre, con sus correspondientes vísperas, he acudido al cementerio y solo me lo he perdido de forma excepcional. Es una costumbre heredada, un lugar al que me llevaron de la mano de rapacina y al que ahora voy por voluntad propia. Mis primeros recuerdos de Todos los Santos son en el cementerio viejo, un lugar que se asentaba donde ahora han levantado un velatorio. «Aquí está todo el jugo de los nuestros». En aquel había menos mármol y más tierra, que al final es donde vamos a parar literalmente tras una vida rodeados de metafórico barro. Recuerdo sus cruces de forja y piedra, los rectángulos trazados con pequeñas piedras que marcaban los límites. Pero quedó pequeño, como pasa en los pueblos en los que el único censo que crece es el de las ausencias. Y pasamos a tener uno más grande, que también se va quedando ya pequeño, y a él volveré estos días para echar una mano a mis padres con eso de sacar brillo a los recuerdos. Siempre surge un «si te viera abuela», un «qué te diría abuelo». Siempre duele quien se fue incumpliendo toda ley de la naturaleza «porque no hay nada más duro que enterrar a un hijo». Y siempre vuelvo, por estas fechas y por otras. Para no perder de vista que como me veo, se vieron; que como les veo, me veré. Que siempre estamos cerca de estar allí, en ese lugar en el que las historias se empiezan a contar al revés, por el final. Vivir hasta reventar. Antes de que sea tarde.
Antes de que sea tarde
27/10/2021
Actualizado a
27/10/2021
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