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Antes de dormir

14/07/2024
 Actualizado a 14/07/2024
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De pequeños, mi hermano y yo teníamos en la habitación un globo terráqueo de esos que se iluminan. Con la luz apagada se veía el mapa político, hoy totalmente desfasado: la URSS, Etiopía con salida al mar, Yugoslavia… Apretabas al interruptor y un fulgor iluminaba Cárpatos, Urales, Andes y demás sistemas montañosos.

En realidad, el artefacto servía básicamente para atropar polvo, depositado suavemente durante días, meses y años, como sigue ocurriendo con cualquier orbe de plástico en todas partes del idem.

Así, hasta que un día decidimos darle uso. Antes de dormir, uno de los dos giraría el globo con gran impulso y, como en las películas, el otro pondría el dedo encima: allá donde se frenase,  sería nuestro destino. El encantamiento sólo surtiría efecto si los dos manteníamos los ojos cerrados. Una burbuja como los campos de fuerza de la Mujer Invisible protegería las camas, que saldrían al cielo nocturno por la pared, convertida en una escotilla con bisagra.

A veces tocaba Puerto Rico. Entonces nos despedíamos del mundo real, apagábamos la luz y uno, normalmente yo, describía la escena. Las camas surcaban el cielo a toda velocidad, pero el campo protector nos aislaba del frío y del viento. Tal parecía que seguíamos, calentitos y a salvo, en nuestra habitación. Pero no: terribles tormentas con rayos nos bordeaban, luego llegábamos al océano, a tiempo para ir ganándole horas al giro de la Tierra y alcanzar la luz de la puesta de sol. A una velocidad absurda, dejando atrás al Concorde y hasta el Blackbird, tocábamos la costa de la isla y nos dábamos un pirulo por su interior montañoso, a vuelo rasante sobre verdes y exuberantes selvas donde seguramente aún vivirían dinosaurios y…

Para entonces mi hermano ya estaba babeando la almohada, y seguramente yo también. En realidad todo era una excusa para esos últimos pensamientos antes del sueño. Unos años después tocaría pensar en las chicas que me gustaban para apurar la vigilia, pero ésa es otra historia.

Llegó un momento en que no había introducción ni nada: Sudán; pues para allá que íbamos, rumbo sureste. Así, hasta que un día dejamos de hacerlo. Tal vez la introducción se hacía demasiado farragosa, tal vez estábamos demasiado cansados, tal vez ya no éramos tan niños como para los cuentos de camas voladoras y burbujas mágicas.

Miro, en este preciso momento, hacia el lugar donde estaba el globo terráqueo y el cabecero de la cama. Pienso en lo bien que estaría volver a viajar por el mundo antes de dormir.

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