Siempre nos han atraído los nombres de algunos de esos antiguos concejos de la provincia de León, que hoy esconden pueblecitos dejados de la mano de Dios, en los que, ay, hoy no queda apenas nadie ni nada, ni personas, ni servicios, ni infraestructuras…, como ocurre en la mayoría de las localidades de nuestra Meseta.
Los propios nombres de tales concejos son muy evocadores y suponen, casi, como una invitación a que los visitemos y conozcamos: Alba, Fenar, Las Arrimadas, Valcueva, Valdobla, Rueda…, y tantos otros nombres que son como cifras lingüísticas casi fósiles, que son siempre fascinantes.
Conocemos, desde hace ya no pocos años, tales pueblecitos, pero nos gusta visitarlos de vez en cuando, en un descenso continuo a nuestro mundo rural, que ha de ser revisitado y actualizado siempre.
Y, uno de los últimos domingos por la tarde, nos dijimos: ¿por qué no damos una vuelta por los pueblecitos de Alba? Ascendimos hasta el enclave de Camposagrado, un ámbito geográfico y legendario a la vez, con su ermita como epicentro, y donde, cada primavera, son convocadas a su romería mariana las gentes de los contornos, como hemos visto más de una vez.
Más adelante, junto a la carretera, a la derecha, ya en término de Carrocera, nos encontramos ese círculo de la memoria histórica de los derrotados, en nuestra guerra (in)civil, formado por hitos metálicos, en cuyas bases aparecen los nombres de quienes, ay, perdieran su vida…, con una sobrecogedora escultura, blanca, de Amancio.
Y seguimos camino, para, de nuevo hacia la derecha, embocar nuestro itinerario, trasmontando el valle por un puertecillo hasta alcanzar Olleros de Alba, alcanzando la localidad por su flanco superior. Y, allí, el santuario o ermita de La Virgen de Trassierra o Entresierra, cuya fiesta celebran los lugareños el 8 de septiembre.
Pegamos la hebra con dos paisanos que tomaban el sol en la parte baja del pueblo, uno de ellos antiguo alcalde pedáneo. Y, además de ese largo lamento que siempre entonan los campesinos por el abandono que sufren, conversamos de modo distendido sobre otros varios asuntos.
Desde un recodo de la carretera, sobre la localidad, sale la pista que lleva al Fontañán. Uno de nuestros interlocutores nos hablaba de la explotación de la piedra roja, un tipo de mármol que ha supuesto una de las riquezas de la zona.
Sorribos de Alba es un pueblo-calle, de considerable longitud, con su iglesia dedicada a San Pedro; y que, en el pasado, contara con una ermita, ya desaparecida, dedicada a San Roque, un santo protector contra la peste.
En Llanos de Alba, nos detuvimos junto a la iglesia parroquial, dedicada a la Virgen del Rosario, que es la fiesta del pueblo, según nos indica una vecina, y en cuyo ábside hay un relieve, de traza rectangular, con la figura de San Miguel Arcángel alado y con la espada, en piedra dorada, que parecería una incrustación en el muro de una labra procedente de algún otro edificio
Y recordamos esa obra rigurosa y tan bien documentada, sobre ‘Alba y Fenar’, de Juan J. Sánchez, publicada en 1993, pero ya antes como separata de una revista. Y la sensación que nos produjo, en su momento, al consultarla: una obra así no puede elaborarse si no hay una actitud de amor hacia la tierra analizada.
Volvemos a casa al atardecer, con los últimos soles dorando un paisaje hermoso, donde las comunidades humanas, desde antiguo, han ido escribiendo su intrahistoria.