En los años de mayor actividad de ETA había gente que identificaba a cualquier vasco con un etarra. Esa línea de pensamiento (o de enajenación) conduce a Israel a arrojar su furia sobre niños, ancianos y civiles desarmados. Vivimos una época en que las obviedades implican demasiado a menudo avisar primero y argumentar después. Procedamos. Parece llegado el momento en que cualquier ciudadano informado y neutral se haya percatado de que la respuesta a un ataque terrorista (tan execrable y violento como puedan describir las palabras) no puede ni debe ser el bombardeo indiscriminado de un territorio donde la población civil se apiña sin lugar seguro donde refugiarse. Parece llegado el momento en que condenar aquella insensata barbarie y esta bárbara insensatez no sea considerado incompatible ni partidista.
Cuando se sepa quién arrojó un mortífero proyectil sobre un hospital de Gaza y la dimensión de esa masacre, esa información no cambiará mucho la situación: existe un grupo terrorista tan condenable como otros o más y existe un Estado que desprecia el Derecho Internacional, las resoluciones de la ONU y los llamamientos a la cordura y la humanidad para encerrar, oprimir y, ahora, bombardear a dos millones de personas. Si no fuera por las connotaciones que tiene para el pueblo hebreo se diría que han convertido esos 300 km2 cuadrados (algo más que el municipio de Ponferrada) en un inmenso campo de concentración. Un campo que ahora podría llamarse de otra peor manera. Pero no se debe decir, porque cualquier crítica a esa matanza indiscriminada, que si fuera realizada por cualquier otro país sería condenada de inmediato por todos, se rebate con el término antisemitismo como si la condición de judío, con la carga de enorme sufrimiento y terror que ese pueblo ha padecido durante siglos, con el peso de la culpa de Occidente entero, fuera excusa o explicación para esta violencia ciega. No, no se es antisemita por condenar el comportamiento del Estado de Israel. Que tampoco es el pueblo de Israel, todo hay que aclararlo en estos días, hasta lo básico. No se es antisemita por considerar que aquel gigantesco sufrimiento histórico no otorga patente de corso para eximir del juicio que se aplica a otros Estados. Al contrario: respetar a los inocentes que entonces sufrieron exige no provocar sufrimiento a más inocentes. Aunque antisemitismo se refiera solo a los judíos, también los palestinos son semitas.
Es triste, por otro lado, que ya conozcamos la serie de estos acontecimientos, pese a que esta versión los acentúe. Durante décadas las guerras palestino y árabe-israelíes han ensombrecido los informativos y el esquema se repite: una provocación feroz, una respuesta desmedida, las mentiras y las dudas, Estados Unidos que apoya impasible a unos y pretende aquietar a otros, el mundo árabe encolerizado, nuevas promesas, nuevos engaños, un amansamiento en peores condiciones y la semilla de un futuro lúgubre y un conflicto perpetuo. Una maldición bíblica sin dioses que la justifiquen.