08/12/2024
 Actualizado a 08/12/2024
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Concebido constitucionalmente como contrapeso y cámara de representación territorial y funcionando desde la enfática Transición como cementerio de elefantes y especies mucho menos nobles, esta legislatura hemos descubierto nuevas y más ‘ikerjimenezcas’ ocupaciones del Senado español: cancha del ‘hooliganismo’ de la oposición y de sus zancadillas institucionales y, esta semana, al fin, mercadillo ultra de Navidad.

En la augusta y alta cámara se han citado algunos de los energúmenos y reaccionarios más desaforados del mundo, voceros de ideas todas ellas simiente de crueldades pasadas y de doctrinas retrógradas que la humanidad parecía haber abandonado hace décadas, en algunos casos hace siglos. Antiabortistas furibundos, machistas de manual, cuñadísimos, fascistas, homófobos, fanáticos cristianos y fundamentalistas de vario pelaje han hecho de una institución tan supuestamente distinguida el estercolero que los partidos de derechas han permitido. Supongo que para ese consentimiento, torpemente aprobado por un despiste de la izquierda que no se accedió a enmendar, se unieron las amistades peligrosas de los últimos tiempos, el aquí mando yo y el hecho de incordiar a Sánchez y a Sánchez y a Sánchez que tantas voluntades y soflamas justifica y alienta.

Escuchar al exministro Jaime Mayor Oreja afirmando que el creacionismo (la «verdad de la creación», literalmente) está triunfando entre los científicos más que «el relato» evolucionista (sic) resulta tan entrañablemente carca como el suplicio de la hoguera o las aficiones de Fray Tomás de Torquemada. Ver cómo claman por una libertad a la medida de sus restrictivas creencias mientras cuestionan derechos conquistados resultaría cómico si no fuera tan inquietante su ascenso como alternativa política.

Casi al mismo tiempo que el Tribunal Supremo determinaba –con el retardo habitual– que la bandera LGTBI no es partidista y, por tanto, puede ondear en edificios oficiales, una buena parte de los derechos humanos, la Constitución española y las leyes de este Estado han sido cuestionados y avergonzados por una pandilla de oscurantistas y radicales ocupando una cámara de la soberanía popular. Igual algún juez de esos que andan abriendo investigaciones a diestra y, sobre todo, a siniestra, tiene un rato para esta menudencia.

Todavía hay quien argumenta que todo el mundo tiene derecho a opinar. Por descontado, pero si tu opinión es una ofensiva sandez decirla en alta voz o en alta cámara solo la convierte en más estúpida y más insultante. Por otra parte, si tales ‘opiniones’ atentan contra evidencias científicas, derechos y leyes no parece sitio para exhibirlas el lugar donde se sancionan y defienden las contrarias. Y no vengan con las cancelaciones y esas bobadas ‘woke’, se trata de que cada espectáculo se realice en el lugar que le es propio y este es de barraca de feria, sección telepredicadores.

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