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Apuntes sobre el paisaje humano

24/04/2023
 Actualizado a 24/04/2023
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Cuando un edificio se hace muy viejo lo llamamos ruina. Por eso las construcciones virtuales no pueden envejecer, no caen ante terremotos o incendios. No son destruidos por un bombardeo en una guerra o un ataque terrorista. Permanecen quietas, incólumes ante el paso del tiempo que sí surcará tu frente, tus manos. Sólo dependientes de un botón que enciendes y apagas, enciendes y apagas. Algo así como el cachorro de dálmata que tenías en el Nintendogs y lleva sin comer más de 10 años y sigue siendo una cría. Congelado en el espacio de un recuadro negro y brillante pasado de moda. Esperando a que vuelvas.

Pienso en la exposición ‘Concretos: cementos para un nuevo orden’ que estos días puede verse en el MUSAC y en la que participan una veintena de artistas. Recuerdo la intervención de uno de ellos, Andreas Angelidakis, y su vídeo ‘Bulding an Electronic Ruin’ (2011) en el que un muñeco humanoide, un avatar, intenta construir una ruina; un edificio perecedero en el universo de Second Life, una de las primeras comunidades virtuales. Una ventana para disfrutar de una segunda vida, una fantasía sin mácula porque no hay destrucción sin cuerpos, no hay vestigios tal y cómo los entendemos fuera del plano físico. Y él se pregunta si, quizá, los restos de Facebook se convertirán en el rastro de nuestra era, porque el paisaje moldea las sociedades. Nuestro mundo clásico: un pedazo de red social.

Murió el escritor viejo que deseaba a las niñas y todos fuimos en tropel a mirar su última huella digital, un autorretrato con gato minutos antes del deceso. Se apagó la chica que se hizo famosa por narrar su entierro de enfermedad lenta día a día en su perfil de Instagram y allí quedó su impronta; una sonrisa aniñada, el comentario de algún concierto, una conversación pública inmovilizada en la web. Antes hubo otros como ella, después los habrá también. Miras a internet como un cementerio digital. Rostros e ideas conservados en un nuevo tipo de formol.

Cambiará el cómo y el dónde, pero nuestras obsesiones siguen siendo las mismas.
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