Con Paco Umbral hablé sólo dos o tres veces, y siempre a través del teléfono. Se ponía sin ningún problema, aunque quien descolgaba era normalmente su mujer, María España. Mi primera entrevista con él fue ya en el siglo XX, y debería buscar la grabación de aquella charla, que creo conservar en alguna parte. La segunda conversación con el escritor tuvo lugar a finales de 2006, a menos de un año de su muerte, que tuvo lugar, como es sabido, en la madrugada del 28 de agosto de 2007.
Umbral se había recuperado de un ingreso hospitalario complejo, si no recuerdo mal, su salud se había visto seriamente mermada por entonces, y cuando lo llamé, y descolgó María España, escuché de fondo su voz: decía sin mucha convicción que no tenía muchas ganas de ponerse. Pero María insistió, «Paco, atiende al periodista, aunque sea un momento», creo que le dijo, y en cosa de dos minutos allá estaba Umbral, al otro lado de la línea, con su timbre característico, su gusto por la respuesta breve y directa (eso creo que siempre lo tuvo), pero dispuesto a hablar de todo, a pesar de su reticencia primera. Y, de hecho, fue una entrevista larga, sobre lo divino y lo humano (mucho más sobre lo humano, y sobre lo fieramente humano, lo reconozco), en la que repasamos gran parte de su vida. Porque, en el fondo, mi llamada tenía que ver con el libro que había publicado recientemente, ‘Días felices en Argüelles’ (Planeta), una biografía de su extraordinaria actividad periodística, vertebral en su producción, pues hablamos aquí de uno de los más grandes columnistas que ha dado este país en los últimos cien años.
Umbral no era un tipo fácil, tenía su genio y sus convicciones firmes, un aire rebelde y dandi, como es también conocido, la suficiente dosis de vanidad y un humor abrupto y contundente, que dejaba escapar como quien abre una espita. Hoy todo el mundo lo recuerda por aquel programa con Mercedes Milá en el que dijo una de las frases más populares no sólo de la televisión, sino de las pronunciadas por cualquier escritor: «yo he venido a hablar de mi libro». Y así era, desde luego. Hoy, hablar de su libro, salvo en algún programa especializado de La Dos, habría estado aún más difícil.
Pero, por supuesto, resulta muy injusto recordar a Paco Umbral sólo por esa famosa frase. Estamos ante un articulista excelso, difícil también, es cierto, difícil de etiquetar, si nos ponemos a ello, y ante un gran escritor que, y eso es lo mejor que se puede decir, a nadie resultó jamás indiferente.
Yo siempre había tenido interés en él, no sólo por su personaje, porque Umbral se había creado un personaje que, incluso, algunos imitaban. Lo que sucedía es que el personaje no estaba tan separado de la persona, aunque algunos lo creían, porque Umbral vivía en clave artística, tenía ese aire de los modernistas, por ejemplo, que mantenían la exquisitez de la sintaxis en cualquier contexto, sin apartarse un ápice del mundo literario.
Aquel septiembre (creo que fue septiembre) de 2006 entrevisté a Umbral, que salía de un verano difícil. Sin duda, que su carrera hubiera comenzado aquí, en León, también pesaba mucho en mi interés por él. Con el tiempo hemos sabido que aquellos comienzos de Umbral, aunque conocieron momentos tortuosos, dejaron de alguna forma una huella en su memoria. Y hemos tenido incluso la oportunidad de conocer las colaboraciones radiofónicas que Paco Umbral protagonizó en ‘La Voz de León’. El año pasado se presentó también la que se considera su primera incursión en la literatura, ‘Días sin escuela’, un relato que había aparecido en ‘Tierras de León’ en 1965. María España dijo entonces que «la época de León fue muy bonita. Nos acabábamos de casar y era la primera ciudad en la que vivíamos, más allá de Valladolid».
Pero volvamos al asunto principal. Como digo, hablé con Umbral de ‘Días felices en Argüelles’ a finales de 2006. Tal vez este es un libro mucho menos umbraliano (en cuanto el estilo) que cualquier otro de los suyos. Y en la charla nos deslizamos por toda su vida y por todo el periodismo vivido. Escribí entonces: «Umbral, en este libro, en el que apenas habla de Argüelles a pesar de su título, es más amable con los nombres propios que otras veces. Parece el relato contenido de un tiempo que inexorablemente se ha escapado de entre sus manos. Pero no hay un átomo de lirismo, ni siquiera excesivas concesiones a la forma, o al estilo. Es sólo un torrente, un volcán de palabras, con toda la frescura del que recuerda aquellos días juveniles, los días felices de Madrid. De periódico en periódico, de libro en libro, de nombre en nombre, de casa en casa».
En la conversación abordamos temas importantes de su construcción como escritor. Hablamos de García Nieto, como no podía ser de otro modo: «Otro de los grandes nombres en su vida y en sus memorias es el poeta García Nieto, que, además, también fue uno de sus valedores en el mundo de la prensa. Dicen que tenía por usted auténtico fervor», le dije. Y Umbral reconoció que había sido uno de sus defensores literarios: «Bueno, era un poeta muy perfecto, lo que pasa es que hacía poesía pura en un tiempo de poesía comprometida, como fue el social-realismo y esto le dejaba en segundo plano. A él esto le importaba poco. Me ayudó mucho, decisivamente, vamos. Sin él yo no hubiera podido mantenerme al principio en Madrid». Y, claro es, también nos referimos a la oposición entre ‘Garcilaso’ y la ‘Espadaña’ de Crémer. Y zanjó el asunto en dos palabras: «No lo recuerdo bien. Pero yo creo que Crémer y Nieto tampoco se llevaban mal. Nieto, en realidad, no se llevaba mal con nadie».
Su relación con Camilo José Cela se abrió igualmente camino en nuestra conversación: «También dicen [sobre todo a partir de la publicación de ‘Un cadáver exquisito’] que usted ha sido muy duro con Camilo José Cela. ¿Es cierto?» Y me respondió de inmediato, diría que un tanto molesto: «No hombre, por Dios. Eso no es así en absoluto. Ha sido mi gran amigo hasta que murió, digan lo que digan. De una intimidad total y un maestro absoluto para mí. ¡Qué me iba a llevar mal con él!».
La entrevista, ya digo, fue más larga de lo esperado. Umbral no parecía cansado y me insistió que allí estaba, escribiendo sin parar. No le gustaban las novelas contemporáneas: «Mire, la novela fue un género popular y de baja calidad, algo muy comercial desde Cervantes. La gente lo que más lee es novela, también hoy, pero precisamente por su facilidad. Hoy no se hacen grandes novelas, sino mediocres o directamente malas. Es raro que surja algo como ‘Cien años de soledad’, por decir algo». Umbral nos dejó casi un año después.