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Aquellos encuentros (IX): con Rosa Montero

30/09/2024
 Actualizado a 30/09/2024
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He tenido la inmensa suerte de hablar con Rosa Montero en numerosas ocasiones, como, a buen seguro, tantos y tantos periodistas. Unas veces durante la celebración de algún premio, o en algún evento literario, y otras, de forma más profesional, en largas entrevistas sobre algunas de sus numerosas novelas (Rosa siempre ha mantenido una producción literaria sólida, con mucho ritmo, y prácticamente sin pausa). Rosa nos encandiló hace tiempo, precisamente, gracias al género de la entrevista, esa maravillosa manera de conocer gente. Ahí está su legado en este terreno periodístico: se diría, se lo he dicho algunas veces, que fue nuestra guía en aquellos días maravillosos de ‘El País Semanal’, cuando Rosa viajaba por el mundo (vaya, supongo que sigue haciéndolo, no puedo imaginar lo contrario), en busca de esas figuras que cualquiera de nosotros habría soñado con entrevistar de la misma forma, con la misma pausa y el mismo detalle. Todos éramos muy jóvenes entonces: sucedió en el siglo pasado. 

Así que debemos mucho a su magisterio periodístico. Luego, en la novela, Rosa Montero ha estado en los grandes asuntos de nuestro tiempo. Siempre entre el gusto por la novela con poso científico, con su maestría en la ficción distópica y eso que se ha dado en llamar la ‘conciencia cyborg’ (Bruna Husky, cuyo nombre, creo, proviene de una perra que tuvo Julio Llamazares), y la novela-documental (signifique lo que signifique), que bebe de la historia y la reescribe, pero más bien con afán ensayístico (no sé si me expreso bien), esa manera de adentrarse en biografías donde abunda el trauma, pero también la esperanza, donde brota una energía luminadora que combate la oscuridad y el miedo. 

De todas esas entrevistas y encuentros quisiera recuperar ahora tres momentos, todos relativamente recientes. Uno fue en enero o febrero de 2012, unos meses después de que Rosa hubiera publicado ‘Lágrimas en la lluvia’ (Seix Barral), que conoció, además, una versión en forma de novela gráfica. Ya se imaginarán, quienes no lo hayan leído todavía, a qué mundo nos remite ese título tan cinematográfico. Y también tan hermoso. Estamos en el Madrid de 2109: viajamos a un futuro creíble. Rosa se regaló a sí misma (y a nosotros) una historia futurista después de dos años en los que su vida se vio sometida a grandes transformaciones. En aquella entrevista, que fue radiofónica, Rosa me dijo que en esos dos años se había vuelto más sabia. «Rosa Montero contesta animosa desde su nueva casa», escribí entonces, «ha abandonado la periferia y se ha ido a vivir al centro de Madrid, al mismísimo corazón de la ciudad, cerca del Retiro. Porque quiere reinventarse, dice, pero, por supuesto, sin obviar ni un solo minuto de los días pasados. Sin embargo, la desaparición de su compañero, Pablo Lizcano, ha llevado a Rosa a una especie de reconfiguración del presente». 

Le pregunté si quería empezar una nueva vida. «La vida es una continua crisis. Todo el rato estamos cambiando», explicaba. «Todo el rato estamos ganando cosas o perdiéndolas. Lo que pasa es que en momentos así eres más consciente de las pérdidas. Yo miro hacia atrás y veo mi vida muy agitada. Con un montón de cambios. Pero es cierto que en los últimos tiempos esos cambios se han agudizado. Murió mi marido, en efecto, y, después de veinte años, he vuelto a Madrid. Al centro de la ciudad, que es donde hay que vivir cuando uno se hace mayor. Olvidarse del coche, por ejemplo, es un lujo. Así que estoy feliz».
Hay que agarrarse a los momentos luminosos de la existencia. «El mundo siempre tendrá cosas hermosas y terribles», me decía aquel año. «Hay que agarrarse al instante, como los replicantes bajo la lluvia. La tragedia del ser humano es que estamos condenados a morir, a pesar de que estamos llenos de deseos y de ilusiones. La vida es breve. Tengo la teoría de que los novelistas tenemos más conciencia del paso del tiempo y del advenimiento de la muerte... Así que hay que aprovechar el momento, siempre, porque todo se termina». Y añadía entre risas: «es que yo soy una disfrutona».

Con el paso del tiempo, la literatura de Rosa Montero ha ahondado en el trauma, en la reparación también. Una poderosa indagación en la mente humana, a veces sobre biografías extraordinarias, como la de Marie Curie, que, para gozo de Rosa, no sólo fue un ser humano fascinante, sino una de las grandes científicas de todos los tiempos. En el verano de 2014 me reuní con ella en A Coruña, junto al mar. Alguien pasó haciendo ‘kitesurfing’ y Rosa fotografió el momento desde su ventana (nos mostraba en las redes lo que veía tras las ventanas, en cualquier lugar del mundo: capturaba el instante, siempre irrepetible).
Rosa acababa de publicar ‘La ridícula idea de no volver a verte’ (Seix Barral), que fue después un libro de gran éxito, y desde el principio me habló de aquella no-novela («no sé muy bien lo que es, la verdad») con la pasión del descubrimiento, con la sorpresa del hallazgo. Porque, desde luego, no era su primer acercamiento a la científica, pero ahora, a través de los diarios, había descubierto aspectos increíbles de su personalidad. «Lo que vi es que podía reflejar en ella mis propias reflexiones», me explicó aquella tarde de verano. «Está claro que todo lo que escribes simboliza algo de tu subconsciente». 

Y hablamos mucho de Marie Curie, y de cómo le había subyugado siempre. «Mira», me contaba, «las mujeres, cuando son presionadas, se rinden demasiadas veces… pero ella no, ella no se rendía nunca. Creo que era obsesiva, más de lo que puedo serlo yo. Y soy muy obsesiva, porque todos los novelistas los somos. Me separan grandes distancias de un genio como era ella, desde luego, pero, en un nivel muy inferior, me veo cercana a su forma de ser. Soy obsesiva y tenaz, y ella lo era».

Mi última larga entrevista con ella fue, creo, en 2022. Antes, en 2018, nos habíamos visto con motivo de la publicación de la tercera entrega de Bruna Husky. El año anterior había ganado el Premio Nacional de las Letras. Me dijo entonces que ya estábamos instalados en los tiempos del odio. No hay espacio en este artículo para desplegar lo mucho que me habló Rosa Montero de ese libro excelente que vio la luz en 2022, ‘El peligro de estar cuerda’ (Seix Barral). De su pasión por la ciencia, la neurología, de lo mucho que leyó sobre los territorios de la mente y la frontera de la locura. De la seguridad de que los trastornos mentales, de una u otra manera, pasarán alguna vez cerca de nuestras vidas. «Para mí lo real y lo imaginario están fundidos, completamente unidos», me dijo, por ejemplo, aquella tarde. Es un libro imprescindible. Así que cualquier día volveremos a él.

 

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