Me acordé este verano de Almudena Grandes, a la que hubiera querido conocer mucho mejor. Su literatura es proteica, pero nos dejó, sobre todo, esa visión de la «guerra interminable» (nuestra terrible guerra), y la mirada de la posguerra con sus pardos jirones, y su viaje a través de las entrañas de Madrid, al que tanto quería. Tuve una larga entrevista con ella en 2018, pocos meses después de su pregón de las fiestas de San Isidro, y quizás unos días antes de que ganara el Premio Nacional de Narrativa por ‘Los pacientes del doctor García’ (Tusquets), tal vez una de sus mejores novelas.
Ya conté aquí algo de aquel encuentro, al que Almudena llegó, dispuesta como siempre a contar, envuelta en cierta prisa (frisaba la hora de comer, si no me acuerdo mal), aunque la charla se extendió mucho más allá de lo previsto, porque Almudena detallaba extraordinariamente las respuestas, revivía ante el entrevistador el proceso de la escritura, hilaba unas cosas con otras con habilidad de espléndida tejedora. Almudena escribía muy bien, pero también hablaba muy bien, con intensidad, muy directa. Vivía en primera persona cuanto contaba, también llevada por su compromiso, que afloraban siempre en el discurso, pero sobre todo por el gran placer de viajar por las esquinas de la memoria, por encontrar historias en las entrañas del Madrid de los tiempos más tristes y más oscuros.
‘Los pacientes del doctor García’ (que he vuelto a releer este verano) forma parte, ya lo saben, de la galdosiana serie de Almudena Grandes sobre nuestra guerra y nuestra posguerra. No es, de manera estricta (y como a ella le gustaba decir), una novela histórica, pero sí una novela con mucha historia. Galdós puede considerarse sin duda uno de los grandes maestros de Almudena (y de algunos otros). Su maestría late con fuerza en estas novelas, que abundan en la mirada detallada y realista de momentos decisivos del pasado, y que constituyen un homenaje al gran autor español.
Disfrutaba Almudena Grandes contando los pormenores de la novela, lo recuerdo bien, aunque quizás lo hubiera hecho ya cien veces, y en particular explicaba cómo había dado con la historia central, la de Clara Stauffer. ‘Los pacientes del doctor García’ se centra en la red dirigida desde una casa de Argüelles por Clara Stauffer, próxima al nazismo, que ayudaba a viajar a Argentina a prófugos del Tercer Reich. Con aire de ‘thriller’, la novela presenta la figura del médico Guillermo García Medina, que vive en Madrid con una identidad falsa, y también la del exiliado republicano Manuel Arroyo, un diplomático al que salvó la vida en el 37.
Almudena Grandes estudió Historia, y quizás eso explica su manera de narrar. Y sus intereses temáticos. Pero en realidad, la herencia galdosiana, incluso la herencia del demasiado olvidado Max Aub, sobre todo la de ‘El laberinto mágico’, alimenta su gusto por la narrativa que va de abajo a arriba, la que viaja desde lo cotidiano y lo doméstico, desde lo anónimo. «Siempre me interesó la historia desde abajo», me decía. «Y eso también lo inventó Galdós. Tengo la convicción de que las vidas privadas de la gente corriente son un material muy significativo, más significativo que los grandes hechos de la Historia. Por eso lo que sucede en estos libros míos, en esta serie de la que hablamos, proviene de las vidas pequeñas, que reflejan a muchos miles de españoles anónimos. Esta, ‘Los pacientes del doctor García’, es un poco especial, es cierto, porque diría que tiene mucho de novela de espías, etc., pero no deja de ser una novela sobre la vida cotidiana de la posguerra de España, y sobre todo sobre cuál fue el precio de la supervivencia».
Más que de la historia, Almudena se alimentó muchas veces de narraciones y anécdotas contadas por personajes anónimos. Uno puede encontrar revelaciones aquí y allá. Y ese material proporciona a su literatura gran naturalidad. Me dijo entonces: «A veces hay pequeñas cosas que me han contado, diseminadas en personajes no muy relevantes. En este caso ha sido bastante difícil documentar la red Stauffer, porque era hermética, completamente clandestina. El Partido Comunista era clandestino en España, pero en Francia tenía unos archivos estupendos. Ahora, por cierto, está en Madrid y se pueden consultar. Esta novela no la habría podido escribir sin la aportación argentina. Clara Stauffer nunca declaró su participación, el gobierno español tampoco, los aliados menos… Pero en la primera presidencia de Perón en Argentina hubo un organismo oficial de acogida de nazis que sí generó archivos y documentos que se han podido consultar. Hay un periodista argentino, Uki Goñi, que escribió dos libros fundamentales sobre esto, ‘La auténtica Odessa’ y ‘Perón y los alemanes’. Me ayudaron mucho. Él constata que los nazis que empiezan a entrar en Argentina en el 47 lo hacen con pasaporte español y con nombre falso. Todos estos detalles fueron importantes para construir el puzle de ‘Los pacientes del doctor García’, completados, eso sí, tal y como mencionas, con esa única entrevista que le hicieron a Clara en el año 48».
Y hablamos y hablamos. Más de lo que el tiempo permitía. Más allá de la hora de comer. Me dijo que para escribir tenía que anotarlo todo. Que la arquitectura es lo más importante en una novela. «La estructura es la válvula que regula la relación entre el lector y la obra literaria. Necesito hacer varios intentos, no creas. Tengo que saber lo que va en cada capítulo», me explicaba. Tenía Almudena un gran espíritu didáctico, o eso me parecía, pero negaba con fuerza que la neutralidad fuera necesaria, incluso posible, cuando uno escribe libros así. «Claro que no creo en eso de ser neutral. Mira, la objetividad es una quimera. Todos filtramos todo a través de nuestra ideología. No hablo de vidas personales, porque gente buena y mala las hay en todas partes…»
No faltaron, claro, las menciones a Francisco Ayala, que, en parte, contribuyó a su construcción como escritora. «Tuve la suerte de conocer a Francisco Ayala», me dijo entonces, «que fue reclutado como agente por Negrín, y esta novela le debe mucho a él. Paco era estupendo, muy humilde, me aguantaba mucho. Le preguntaba cosas, por ejemplo, cuando estaba escribiendo el guion de ‘Inés’: «¿en los años treinta se daban cortes de manga?». Y me miraba con estupefacción… jaja. Yo suelo tener presente que los personajes ligan, aman, dicen tacos, dan cortes de manga…». Y hablamos, claro, de su amigo Eduardo Arroyo, al que visitó en Robles de Laciana (y al que homenajeó con el personaje de Manuel Arroyo en esta novela). Almudena Grandes murió en Madrid tres años después de esta larga conversación.