Creo que fue poco antes del verano de 2019, aunque pudo ser al principio del otoño, cuando conocí a Xavier Güell, escritor y director de orquesta. Fue un encuentro que me impactó profundamente, porque Güell posee una extraordinaria personalidad artística y es, desde luego, un magnífico conversador. Aquel encuentro fue con motivo de la publicación de su biografía, más o menos novelada, del arquitecto Gaudí (Galaxia Gutenberg). Naturalmente, Xavier tenía motivos profundos para hablar del enigmático artista catalán, porque él es tataranieto de Eusebio Güell, que conoció a Gaudí cuando éste apenas contaba 26 años, y se convirtió, como es bien conocido, en uno de sus mecenas. Así que el nombre del arquitecto rondó siempre la infancia de Xavier Güell, como una atmósfera inevitable.
Ya digo que mi encuentro con el bisnieto del Conde de Güell supuso para mí un momento memorable. Como él me dijo entonces, se fraguó entre nosotros una amistad rápida, que continuó a las pocas semanas, sería por noviembre, con una visita a León, naturalmente a Botines, donde tuve el honor de presentar este libro ante una audiencia nutrida y expectante. Yo había visitado Botines mucho de niño, cuando aún existían apartamentos en el edificio, pues mi madre acudía allí a una consulta médica, o algo parecido. Esa idea de que uno iba a un palacio encantado siempre estuvo en la memoria infantil, Pero nunca había tenido ocasión de hablar en sus salones. Xavier, torrencial en su verbo, siempre muy intenso en las aproximaciones literarias e históricas, nos ofreció una final de la tarde espléndido. Recuerdo todo esto con mucho cariño y con gran emoción.
Naturalmente, Xavier Güell, al que tengo por una especie de fuerza de la naturaleza, no ha dejado de escribir. Sobre todo, en torno a la música. He recibido puntualmente sus libros, algo que agradezco de corazón, y de algunos he tenido la oportunidad de escribir algunas líneas, aunque ya sin la presencia directa del autor, al que, cierto es, no he vuelto a ver desde entonces. Algún día nos encontraremos de nuevo y recordaremos cómo Antoni Gaudí, con su gran enigma y extraño misticismo, nos atrapó a todos. Incluido a él, que había vivido rodeado del aura indirecta del gran arquitecto desde niño. Y también de aquel magma de su indescifrable mundo.
Xavier Güell es un gran constructor de vidas y vivencias del pasado, por supuesto a través de una copiosa documentación, pero también gracias a su habilidad especial para insertar en los datos históricos el aroma de lo cotidiano, para logar un efecto extraordinario de cercanía y verosimilitud, incluso en las conversaciones inventadas. Inventadas, pero posibles. Esto sucede cuando el autor penetra con fuerza en el alma de los personajes. Se diría que conoce bien sus pensamientos, no sólo sus obras o sus acciones.
Güell, como digo, se embarcó en ese gran proyecto que llamó ‘Cuarteto de la guerra’, con el que pretendía transmitirnos cómo discurrieron las vidas de cuatro compositores que sufrieron los horrores del siglo XX en Europa. Y que, como escribí en otro lugar, «intentaron no ser sojuzgados ni censurados, ni sometidos al capricho de un terrible poder totalitario. Y que, en ese proceso, sufrieron el vértigo del desarraigo o la humillación».
Como se ve, Xavier Güell siempre tiene predilección por artistas sometidos al gran oleaje de los acontecimientos históricos, que han tenido que tomar decisiones difíciles, que se movieron entre las telas de la incertidumbre. Y así, asistimos a su composición sobre Bela Bartók, ‘Si no puedes, yo respiraré por ti’, todo, como digo, en Galaxia Gutenberg, un libro del que escribí, también en otro lugar: «Güell logra transmitirnos el vértigo de una precipitada huida en busca de la libertad. Un exilio voluntario que buscaba preservar el arte, el gran conocimiento de Bartók de las músicas populares rumanas, búlgaras, húngaras, turcas o del Magreb, una tarea a la que dedicó gran parte de su vida... Y que inspiró sus composiciones. Béla Bartók atravesando Europa, huyendo de la amenaza totalitaria, viajando a bordo del Excalibur hacia Nueva York…»
Le siguió ‘Nadie logrará conocerse’, un tomo sobre Richard Strauss (que decidió permanecer en la Alemania nazi, lo que le acarreará graves problemas), y, este mismo año, la impresionante historia que late en ‘Shostakóvich contra Stalin’, que es, en realidad, la historia de la perpetua lucha por la libertad creativa de toda la humanidad frente a las tiranías.
Pero, como dije más arriba, mi afortunado encuentro con Xavier Güell fue gracias a Gaudí, y, desde luego, gracias a su tatarabuelo Eusebio, el conde de Güell, que es el lazo familiar con el extraordinario mundo del arquitecto. Dediqué por entonces varias semanas a empaparme de todas estas vertiginosas historias personales, de estas hazañas artísticas. Gaudí, siempre en el detalle, en la precisión, pero también en el arrebatamiento y quizás en el exceso. Güell, en la pasión por transformar Barcelona. Hablé mucho de todo esto con Xavier aquellos días. Y siempre con gran pasión.
La figura del arquitecto Antoni Gaudí sigue envuelta en un cierto misterio personal, como venimos diciendo, un misterio cultivado por él, especialmente en los últimos años de su vida. Su obra, fundamentalmente llevada a cabo en Cataluña (conocida era su enorme aversión a viajar) es hoy celebrada en todo el mundo, de manera especial el gran templo de La Sagrada Familia de Barcelona, una obra inacabada que sigue en construcción (Xavier Güell, escéptico, me dijo entonces: «mejor sería devolver la Sagrada Familia a como estaba cuando Gaudí murió»). Nosotros, como leoneses, tenemos ese otro gran vínculo provincial con el arte de Gaudí, en León y en Astorga. Una feliz coincidencia (junto a El Capricho de Comillas, o Villa Quijano) en su biografía y en su producción como arquitecto. Una afortunada circunstancia que hoy celebramos.
Sobre Gaudí me dijo Xavier Güell muchas cosas, en aquel año de 2019, tantas o más de las que aparecen en su libro, que es más recorrido vital que biografía. Por ejemplo: «Gaudí era una persona muy difícil de carácter. Era muy tímido, le disgustaba compartir lo que pensaba con los demás. Nunca tuvo alumnos ni escribió casi nada. Ni siquiera cartas. Aunque de joven fue incluso anticlerical, se fue retirando a su vida interior, y ese es el Gaudí que más se conoce. El Gaudí de los últimos años. Como sabes, muere tres días después de ser atropellado por un tranvía, pasan muchas horas hasta que lo reconocen en la sala común del hospital. Es ya un hombre solo. Y lo cierto es que se habría podido salvar, la verdad sea dicha».