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Aquellos encuentros (X): con Paco García Tortosa

07/10/2024
 Actualizado a 07/10/2024
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Como los traductores no siempre han recibido el reconocimiento que merecen (sobre todo los buenos, claro está), ni han figurado a menudo en las portadas de los libros que traducen, es posible que al lector de este artículo le haya pasado desapercibida la figura de Francisco García Tortosa. No debería ser así, porque se trata de uno de los traductores más importantes y señeros a la lengua española, y porque se atrevió con uno de los textos más complejos que existen, al menos en idioma inglés. García Tortosa fue, en efecto, el tercer traductor al castellano de ‘Ulises’, la gran novela de James Joyce (más conocida que leída, eso es bien cierto). Ahora existen ya varias traducciones de esta novela modernista, algunas publicadas en los últimos años, especialmente a raíz del centenario de la famosa edición azul que, gracias a los oficios de Sylvia Beach, vio la luz en París en 1922, en la librería Shakespeare and Company. 

Cuando Paco García Tortosa, junto a María Luisa Venegas Lagüéns, publicó en 1999 su versión española de ‘Ulysses’ (Cátedra, Letras Universales), existían ya las traducciones del argentino Salas Subirats y de José María Valverde. El ciclópeo proyecto de traducir al esquivo irlandés nació de una traducción anterior que el propio Tortosa había acometido, no sin gran arrojo filológico: nada menos que el capítulo ocho, Anna Livia Plurabella, perteneciente a esa sinfonía tan bella como incomprensible que es ‘Finnegans Wake’. Esta edición parcial de la obra, que también salió en Cátedra, apareció en 1992. Pero hoy, hay que decirlo, ya tenemos más versiones incluso de la última obra de Joyce, a pesar de su lenguaje laberíntico e inabarcable, y ahí está, por ejemplo, la lucha de Eduardo Lago contra los elementos joyceanos, una traducción que el escritor, tan joyceano también, Enrique Vila-Matas, alberga en su página web personal.

Hablemos entonces de García Tortosa, al que tanto conocí durante décadas, al que acompañé no pocas veces en los días de verano (que acostumbraba a pasar, por evitar el calor de Sevilla, donde vivía, en las tierras del norte), al que escuché tantas veces en actos académicos y no tan académicos, y, en suma, al que admiré por su extraordinaria capacidad para adentrarse en los enigmáticos mundos de James Joyce. Hablemos, sí, de su legado, 

Digo todo esto porque, tristemente, Paco García Tortosa nos dejó en mayo de este año. Fue una larga vida la suya, dedicada con intensidad a las posibilidades del lenguaje, a sus misterios. Y a la docencia filológica, de donde, como digo, nació la aventura de traducir ‘Ulises’. Su grupo de investigación en la Universidad de Sevilla se puso manos a la obra (tanto duró la traducción como la escritura del propio ‘Ulises’ por parte de Joyce: unos siete años), hasta que, al poco, sólo él y Venegas quedaron, solos frente al texto, o, como quien dice, solos ante el peligro. Paco siempre explicaba que, salvo el capítulo 14, los dos tradujeron toda la obra, al completo. «Y discutíamos mucho, a veces con gran vehemencia», añadía. 

En sus muchos viajes al norte (por ejemplo, al monasterio de Armenteira, en Pontevedra, a donde llegaba con ‘Finnegans Wake’ en la maleta: lo leía en el umbroso jardín del lugar, envuelto en el sonido de las fuentes), mantuve muchas entrevistas con Paco García Tortosa. Una cosa era entrevistarlo y otra hablar de manera informal. Tortosa era de aquellos que respondían con gran belleza de lenguaje, consciente de que una entrevista, a fin de cuentas, era una pieza para ser escrita. En 2005, por ejemplo, mantuve con él una larga charla en Compostela, en las dependencias de la Fundación Torrente Ballester (para mí, otro joyceano a su manera. Ponte Far, por cierto, acaba de publicar una larga biografía suya). En aquella charla, Tortosa tenía aún muy cerca la publicación de su versión de ‘Ulises’, que, además, había sido retirada de la circulación, «en torno a un año», a causa de la negativa del heredero, el nieto de Joyce, Stephen: «creo que aquel fue uno de los peores momentos de mi vida», me dijo entonces. 

La pasión Joyceana de Paco García Tortosa venía ya de muy atrás. De sus andanzas académicas por Europa, de sus relaciones con otros memorables joyceanos (como Fritz Senn, director de la Fundación de Joyce en Zurich). Se enorgullecía de cómo, al traducir ‘Ulysses’, había entrado en el mundo secreto de Joyce (algo, sin duda, difícil de lograr): «Es fantástico», me decía, mientras rezumaba entusiasmo. «Joyce es una mina. Más de cuarenta veces he leído ‘Ulises’, pero sólo después de traducirlo puedo decir que he entrado en el universo de Joyce. Me gustaría hacer lo mismo con ‘Hamlet’. Mira: cuando me siento mal, cuando dejo de creer en la gente, leo a Shakespeare. Es que Shakespeare sabía lo que era él mal», contaba Tortosa.

En 2014 estuve con él en la Costa da Morte y conversamos mucho sobre su nueva pasión, Shakespeare. No tan nueva, en realidad, pues Tortosa había comenzado académicamente con el inglés antiguo y luego con el bardo. Por entonces, en el mes de enero, se había publicado la excelente traducción al gallego de ‘Ulises’ (Editorial Galaxia), después de once años de trabajo. Pero Tortosa parecía entusiasmado con Shakespeare. Aquel verano, en lugar de ‘Finnegans Wake’ había echado ‘The Tempest’ en la maleta. En el jardín de Armenteira, se puso a traducir envuelto en el rumor del agua (como John Rutherford había traducido el Quijote bajo una higuera). 

Me dijo: «Me he pasado la vida encontrando cientos de cosas nuevas en Joyce. Pero ahora resulta que en Shakespeare encuentro no cientos, sino miles de cosas nuevas. Y esa es la razón de que haya vuelto a él, también en verano». Y seguía: «La Tempestad’ es como el último alarido del mago de la palabra. En ‘La Tempestad’ encuentras los ecos de toda la obra de Shakespeare. Tengo unos versos aquí que traduje este mismo verano. Mira: «he ensombrecido el sol de la tarde, he embridado los vientos indomables y entre el mar verde y la bóveda azul he provocado la guerra clamorosa. Al relámpago retumbante le he dado fuego, y he abatido, desgajado, el roble orgulloso de Júpiter con su propia espadaña, he hecho temblar los firmes cimientos de la montaña, he despejado y triturado el pino y el cedro…» «Este es el Shakespeare de ‘The Tempest’ que provoca en mí una atracción irresistible», concluía. La empresa era larga y difícil. Muchos de aquellos versos quedaron quizás a la espera, pero sé que Tortosa entendía al de Stratford como nadie. En su corazón, sin embargo, Joyce permaneció como el favorito, hasta el final del tiempo, hace apenas unos meses. Fuimos muchos los que arribamos a los territorios del gran irlandés gracias a él. 

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