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Aquellos encuentros (XII): con Carlos Núñez

21/10/2024
 Actualizado a 21/10/2024
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Mi pasión por las culturas celtas (y el hecho de que durante muchos años haya dedicado mi actividad académica a la literatura irlandesa) me ha llevado cerca, en unas cuantas ocasiones afortunadas, del extraordinario músico gallego Carlos Núñez. Gallego, sí, pero también universal. Y un buen amigo de esta tierra leonesa, a la que acude prácticamente todos los años, en esos conciertos suyos, memorables, esas giras que él llama ‘Lugares máxicos’. Conciertos que atraviesan los muros de la historia, como en nuestros monasterios de Carracedo o Sandoval (donde me hablaron maravillas de sus actuaciones). Esa magia que brota de las abadías, de los cenobios, de los palacios y castillos, en largas noches de verano.

Claro que Carlos Núñez, además de esos acercamientos al paisaje y al latido del pasado, en los que suele hacerse acompañar de músicos del lugar, ofrece sus no menos memorables conciertos en salas contemporáneas, como ha sucedido en nuestro auditorio capitalino, y, si uno tiene suerte, incluso en pequeños lugares, en momentos puntuales, donde siempre muestra su generosidad tirando, al menos, de ‘tin whistle’.

Recuerdo cuando conocí, hace ya más de quince años, al gran autor irlandés Ciaran Carson. Además de ser un gran poeta, Carson funcionaba como una especie de trovador (era un músico notable, dejémoslo claro), y, en cualquier charla, o en una comida a la hora de los postres, sacaba del bolso interior de su chaqueta un ‘tin whistle’ y tocaba hermosas melodías antiguas, casi sin mediar palabra. Esto lo viví una vez, y no lo olvidaré, pero sepan que con Carlos Núñez las cosas no eran muy diferentes. 

Aunque un concierto de Carlos Núñez es siempre un motivo para la celebración, nada hay comparable a escucharlo de cerca y rodeado de un grupo de amigos, o de alumnos, como me sucedió en alguna ocasión afortunada. Como dije más arriba, el gran músico gallego, a pesar de sus muchas ocupaciones, nunca dudaba en acudir a eventos culturales o a congresos en los que se discutía sobre Irlanda, sobre el celtismo, o directamente sobre la música celta (que, todo hay que decirlo, le parecía no suficientemente defendida ni promocionada en comparación con otras músicas patrias de raíz). No siempre su agenda se lo permitía, pero tuve la gran suerte, como digo, de asistir a algunas de estas performances suyas más cercanas, gracias casi siempre a los buenos oficios de Antonio de Toro, cuya pasión por la música irlandesa atraviesa también el tiempo. 

En 2018 Carlos Núñez publicó en Espasa ‘La hermandad de los celtas’, un libro de gran calado que, sin dudarlo, les recomiendo. Para la ocasión mantuve una larga entrevista con él, parte de la cual ha visto la luz en otros lugares. Unos meses antes, había asistido, también con su presencia, a un auténtico éxtasis musical celta en el condado de Kerry, en Irlanda, tras una invitación del poeta Paddy Bushe para el festival de poesía que, coincidiendo con el solsticio de verano, se celebraba por entonces en Waterville, el enclave al que, supuestamente, llegó el druida Amergin. 

Ya he hablado aquí otras veces de aquellos festivales irlandeses de música y poesía, a los que tuve la suerte de asistir, junto a otros colegas, durante algunos años. Pero la edición de 2018 no se me olvidará fácilmente. Carlos Núñez y el escritor Manuel Rivas fueron invitados para la ocasión, junto a un buen número de auténticos genios de la poesía y de la música. Rivas puso en marcha su gran capacidad para interpretar sus propios poemas, junto a su excelente traductora, pero fue Carlos Núñez el que llevó al público a un auténtico éxtasis. Todo desprendía allí una gran verdad, una comunión increíble con el paisaje. Era otro de esos lugares mágicos. Luego coincidí durante varios días con Núñez y Rivas en el lugar que nos habían asignado, un hotel para pescadores, junto al lago Currane, llamado Lakelands y pintado de amarillo, casi escondido entre los árboles, donde abundaba un trato personal y emocionante. Charlie Chaplin acudió a pescar a ese lago durante algunas temporadas y por eso su estatua está ahora en el paseo marítimo de la villa. Pero esa es ya otra historia. 

En la entrevista más larga que mantuve con Carlos Núñez, a propósito de la publicación de ‘La hermandad de los celtas’, me dijo muchas cosas de interés que demostraban su profundo conocimiento de esta cultura. «Llevo veinte años haciéndome preguntas sobre todo esto», me dijo entonces. «La gente, en mi opinión, tenía una visión muy superficial de la música celta y de los celtas en general. Incluyendo, claro, el conocido escepticismo científico al respecto. Ese escepticismo viene también del desconocimiento. Quise profundizar. En el libro se habla de las nuevas teorías, por ejemplo. El British Museum lo resitúa en el Atlántico y eso nos coloca en una posición privilegiada ante el mundo. La historia de los celtas funciona, es un ‘hit’ de nuestro país. Así que desaprovechar esto me parece muy grave».
Cuando hablas con Carlos Núñez, siempre surge la música. «Me produce mucha emoción pensar que, al lado de las muestras primitivas de lenguas célticas, por ejemplo, aparezcan liras. Lo que parece indicar que lengua y música van muy unidas desde el principio. Una de las ideas más importantes de este libro es que no hubo una ruptura [entre el mundo celta y las civilizaciones que siguieron], sino que lo que existió fue una adaptación a nuevas realidades», me explicaba con su entusiasmo habitual. 

Inevitablemente, claro, surgió su amistad y colaboración con The Chieftains. «Cuando empecé a girar por los Estados Unidos con los Chieftains a menudo se dejaban caer por allí todos los rockeros que puedas imaginar, así que me vi tocando de pronto un día con Sting, otro con los Rolling, otro con Sinead O’Connor… Y yo me preguntaba: ¿qué están haciendo todos estos tocando con los Chieftains?, me decía Carlos Núñez. “Era un homenaje a la cultura antigua. A sus orígenes. Sentí mucho respeto por parte de aquella gente. Sabemos que muchas armonías celtas que luego heredó la gaita siguen hoy activas en el pop británico, en el rock americano. La música pop española no suena a celta, porque se quedó más en la guitarra. La guitarra y la gaita son, en realidad, dos energías. En los barcos españoles que iban a América viajaban guitarras y gaitas. El Renacimiento y el Barroco… junto a la Edad Media. La ciudad y el campo. Hay un sentimiento de hermandad en la gaita, como el que vemos en las Cantigas, escritas en diferentes lugares. Hay un sustrato emocional y cultural ahí, y Alfonso X lo sabía. Creo que lo celta puede volver a reconectarnos».

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