23/02/2025
 Actualizado a 23/02/2025
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Cuántas veces un columnista mira qué ocurrió en una fecha coincidente con el día que le toca publicar, para hablar del asunto. Recuerdo una de las veces que lo hice y apareció como noticia que el nieto del rey, hacía unos años, se había disparado en el pie. Encontré tan gracioso que aquello saliera en los anales de la historia, que a punto estuve de escribir sobre el tema. Pero ni el pie del chaval, ni su carabina tenían suficiente enjundia. Además, tendría que hacerlo en clave de humor y como humorista, no me ganaría la vida. 

Hoy ocurre lo contrario. Buscas noticia sin apenas noticia, evitando hablar de esos personajes de los que acabas hablando porque, nos guste o no, son protagonistas. Esos que enervan y dan miedo, aunque su aspecto exterior sea de humanos. Cómo puede causar tanto azogue una tierna escena en un despacho, con un abuelo pelirrojo sentado plácidamente ante la mesa y un hombre jovial e hiperactivo explicando cómo va a dirigir el mundo, mientras un niño juguetea y acaba durmiéndose sobre sus hombros. Cómo puede inquietar tanto verlo recibir y desenvolver una motosierra, con el mismo entusiasmo con que se abre un regalo de Reyes retrasado, obsequio de otro ser de su mismo planeta. Y, sobre todo, qué alarmante resulta ver cómo se divierten jugando a ser poderosos, a dirigir el mundo, talar futuros y recortar derechos humanos con ella. Qué pena que una herramienta tan útil se haya convertido en un símbolo tan nefasto. Y uno se pregunta quién ha elegido a esas personas, poniéndonos en peligro a todos. 

Cuando consigues evadirte y estás con la mente a otra cosa, recibes la fotografía de una hilera de luces en el cielo, de las que un familiar ya te había hablado, porque las avistaron desde su casa. Esa noche pararon en la carretera a fotografiar el espectáculo como prueba. Era el tren de satélites Starlink, propiedad del hombre hiperactivo, con motosierra nueva y niño en los hombros, que parece haberse convertido en algo omnipresente, en un moscón revoloteando a tu alrededor, que intentas ahuyentar a manotazos. Pretendo bajar al llano, sin interés ninguno por conquistas espaciales, motosierras, ni despachos ovales. Y cuando ya te crees en casa porque ves a tu paisano Calleja, lo encuentras entusiasmado, explicando su partida al espacio y te tienta sacar la bandera blanca y rendirte. 

Pero no. Sigues buscando noticias que rocen la tierra, que tengan que ver con los humanos que conoces, con los problemas de cualquier barrio. Toda esta paranoia fue porque hoy no necesitaba buscar qué ocurrió en este día, para escribir sobre ello. Desde el primer momento la mente huyó del 23F. Una fecha lo suficientemente importante para ser numerónimo, para merecer el olvido y buscar otra noticia, porque el intento de golpe de Estado, aquel 23 de febrero de 1981, va contra los consejos de cualquier cardiólogo y hay que estar muy preparado en el tema, para rozarlo siquiera. Ojalá hubiera aparecido hoy Froilanín con su pie herido y su torpeza, para no acabar la columna repasando sucesos, que bien podría ser un tema como otro cualquiera, describir el proceso mental de cualquier semana, buscando asunto del que hablar, pero esta vez, dejándolo reflejado como si pensara en voz alta, hasta elegir noticia para desarrollar. Unas veces, por su importancia y otras, por ser liviana. 

Así he llegado abajo del todo, al portal, que es donde quería llegar, porque no todo es tan improvisado como pretendo hacer ver. Tenía que subir al espacio y contar todo eso, para ir bajando y confesar mi adicción a aquella serie inglesa titulada ‘Arriba y abajo’, fiel reflejo de la diferencia entre clases sociales. Arriba, la aristocracia con sus barones y lady’s. Abajo, la servidumbre dirigida por un mayordomo y un ama de llaves. Me declaro fan incondicional de esos dos personajes, desecho de virtudes, educación y elegancia que, a veces, acababan siendo confidentes y consejeros de sus amos. Cada rango tenía sus propias puertas de acceso a la mansión, y los status estaban rigurosamente separados, incluso viviendo entre los mismos muros. 

Esta semana, Elena Massot, vicepresidenta de la Asociación de Promotores de Cataluña, proponía que los edificios en los que, por ley, un 30% de las viviendas sean de protección oficial, dispongan de dos portales, uno para los ricos y otro para los pobres, dicho en castellano antiguo. Un auténtico apartheid, dicho con un anglicismo. Segregación y clasismo, dicho en formato resumido. «… si el cliente no quiere entrar a una comunidad mixta, es posible que se eche para atrás…». Eufemismo con el que esta señora quiere ‘no decir’ que algunos ricos no desean compartir edificio con personas con menos medios. Gente normal estigmatizada porque su sueldo no da para los disparatados precios de la vivienda. Y por fin, entiendes cómo llegan al poder los de la motosierra. Ya sospechaba yo que no aparecían por ciencia infusa ni se reproducían por esporas. Como para darse un tiro en el pie… 

 

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