«Atención, batida»

04/02/2025
 Actualizado a 04/02/2025
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Y me vi en medio de una batida, con la sensación de haber entrado en territorio de guerra un domingo por la mañana antes del paseo familiar tranquilo que hace sinopsis del libro de los 7 días que cada uno escribe. Cuatro todoterrenos para soportar el peso de otros tantos cazadores vestidos de colores tan intensos como su mala baba, suben al Pajariel como si entraran en su finca de toros bravíos. Yo entraba de prestado en ella, solo iba a corretear, lo de matar me queda grande, tal vez porque no presumo de «bazooka» como ellos en el envés de sus fornidas barrigas.  Ahí yo llevo agua. Subían colocando carteles con mensajes arrebatadores. «Atención, batida», rezaban. Escueto y aderezado por un recoleto dibujo de un cochino jabalí como si fuera un emoticono de whatsapp. Con dos palabras quieren lanzar una amenaza mucho más «poética», - si pasas por aquí y se nos escapa un balazo…que sepas que avisamos. Si pasas por aquí es tu puto  problema. Si pasas, ay, si pasas, todo puede ser-. Y no demuestra el colectivo ser demasiado inteligente, por un lado porque dedican el domingo a matar, algo sanguinario que confío en que no le guste a nadie (entiéndase el sarcasmo) y, por otro, porque lo hacen como si ejecutar fuera un juego de ocio o la responsabilidad de llevar la batuta de una salvación. Y es que no es una contienda en igualdad. Es una ejecución que justifican en ayudar. Son el bastón de una sociedad que teme a lo salvaje. Que un jabalí se acerque al castillo de Ponferrada es una amenaza sin parangón para los que ni siquiera pasean por allí. Aunque no lleve pistola en la pezuña ni se preocupe por más que revolcar la tierra para buscar en su interior una delicatessem, es un asesino en potencia. Y hay que matarlo, y sacarse una foto con él convirtiendo su cadáver en trofeo y eliminando así el problema. Porque la naturaleza para el cazador es el campo de batalla…y yo me metí en él, inconsciente de que no iba preparada para que la selva me hiciera daño. Menos mal que ellos estaban preparados para salvarme. Sí, estoy segura que en algún sitio se acurrucaban los ojos de las víctimas que miraban por los míos y que me salvarían de lo que yo considero un peligro, las armas en manos de unos inconscientes que han llegado a dispararse entre ellos por ignorancia o quién sabe por qué -se han dado casos-. Sigo sin entender como llaman deporte a la caza y a asesinar delito. Pero sobre todo, sigo sin entender por qué mi domingo de carrera se convirtió en una salida por patas de un monte del que es tan fácil hacerse dueño. Un cigarro pegado al labio inferior de la boca, una chaqueta verdinegra de marca, para engañar sobre el engaño, una placa con poca literatura y un rifle a la espalda, que cuanto más grande, más aminora cualquier complejo, y ya tienes la custodia del monte. Te conviertes en defensor y no. Las balas no defienden, ni aquí ni en ningún otro sitio. Solo matan.

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