A finales de esta semana tendrá lugar en Sevilla el 41 Congreso del Partido Socialista. Se presume que no habrá grandes novedades y que se afianzará en el poder su actual Jefe. Electores y elegidos se necesitan mutuamente y no parece que vaya a haber mucho espacio para la autocrítica, cuando el principal objetivo es la supervivencia política y económica de los participantes. Ellos verán lo que hacen.
Lo que hoy nos ocupa es la noticia que ha aparecido recientemente en la prensa: «El PSOE propone acabar con 45 años de acuerdo educativo de España con el Vaticano. La ponencia del congreso socialista recoge la ruptura de uno de los cuatro pactos con la Santa Sede». Se refiere al pacto que hace referencia a la enseñanza. No es la primera vez que se hace esta propuesta, ni parece que sea fácil llevarla a la práctica, pero ayuda a ver la intención de quienes, presentándose como demócratas, son enemigos de la libertad, en este caso de la libertad educativa.
Si hay algún título que la Iglesia ha merecido desde sus comienzos, éste es el de maestra. Recordemos que a su fundador le llamaban el Maestro. Cuando la cultura griega y romana, fundamento de la civilización occidental, estuvo a punto de perderse para siempre, fue la abnegada labor de los monjes cristianos la que hizo posible su conservación y difusión. Durante muchos siglos la Iglesia lideró y gestionó con gran acierto la educación, mientras el poder civil se dedicaba a otros menesteres. Y a la Iglesia se debe la creación de las universidades y de la mayoría de los centros de enseñanza hasta hace no muchos años.
Fijándonos en el presente, sería una verdadera catástrofe el cierre o la asfixia de los colegios regentados por la Iglesia que, además de gozar de gran prestigio, ahorran muchos millones de euros al Estado. Pero, sobre todo, solo en las grandes dictaduras los estados monopolizan la enseñanza. Ante todo hemos de defender la libertad de los padres, que pagan sus impuestos, y tienen derecho a elegir la educación que crean más conveniente para sus hijos.
¿A qué viene, pues, este anticlericalismo rancio por parte de quienes tal vez deben lo que son a colegios de la Iglesia e, incluso, son los primeros, hipócritamente, en no mandar a sus hijos a los centros de titularidad estatal? ¿Será acaso para distraer al personal y que no se hable de otros temas que les gustaría silenciar? Ojalá todo se reduzca a aquello de que, cuando el diablo no tiene qué hacer, mata moscas con el rabo.