Despertó con poco ánimo. No sólo por el madrugón y el hecho propio de tener que ir a clase, sino por sufrirlo otra vez, otro día más. A pesar de ello, no le quedaba otra que prepararse e ir, es la obligación que parecen tener todos a esa edad; enfrentarse sin rechiste alguno a todo lo que en ese lugar sucede. La teoría, y lo que la generalidad relaciona es que allí se va a aprender, culturizarse y formarse. Que un profesor enseñe delante de una pizarra para luego el alumno estudiar sin parangón y con el examen como destino final. Sin embargo también existen las relaciones sociales que allí se dan entre el alumnado. Aquello que los familiares usan en septiembre como frase de consuelo; «¿tienes ganas de volver a ver a todos tus amigos?». ¿Y qué pasa cuando eso no es así? Cuando a lo que se regresa es a una rutina de desolación. Cuando aquellos semejantes usan a uno o unos como trapos y objetos para el divertimento.
Llegó al aula, pero todo estaba muy apagado, el sueño sobrevolaba el ambiente. Así son por lo general las primeras horas tras el pupitre, y no es hasta el primer recreo cuando se activan. El entorno se estimula una vez que los efectos del madrugón quedan atrás. A la par, él empieza a ser el objeto que para ellos siempre fue. A estas alturas ya no sabe que pensar o cómo reaccionar a ello. Se han burlado de absolutamente todo y ni el pasotismo, ni la furia funcionaban. Son muy creativos, y siempre encuentran cualquier ápice para continuar día tras día con la que parece su labor. Por eso comenzó a tragárselo en silencio, porque por mucho que esa situación era visible, nadie hacía nada.
Él fue un iluso hace un tiempo, porque en muchas ocasiones les siguió para ello, tal vez pensando que en algún momento le aceptarían. Le dejarían incluso entrar en esas altas esferas. Nunca fue así porque para ellos era un entretenimiento, probablemente un juguete con el que curar sus precariedades personales. Procuraba nunca estar sólo, siempre con esos dos o tres que le aceptaban y con los que se distraía de los dolores. Pero mientras aquellos estaban en una de las suyas, él sentía una soledad absoluta. Pensaba, mientras aquello sucedía, que porqué era el destinatario, que tal vez era él el culpable de que fuera víctima de todo aquello. Reflexionó si todo tenía sentido, ya que los que tenían que ser sus amigos le despreciaban de esa manera.
Salió de clase como era habitual, con cierto alivio. Tampoco es que le diera tiempo a cavilar mucho más, ya que según llegara a casa tenía el centenar de deberes que hacer. Pero siempre le surgía eso en la cabeza, si era normal o si algún día sería diferente. El caso es que a esas edades todo su mundo era aquel y, cómo no, lo despreciaba. Y no podía hablarlo con nadie, porque tampoco sentía la entereza para hacerlo, ni mucho menos el valor. ¿Si los que lo veían no hacían nada, cómo sabía que también sería así? ¿Qué consecuencias más gravosas tendría para él? Ser calificado de chivato o llorón, o tener que cambiarse de lugar de estudio. Así que su poco desarrollada y presionada cabeza decidía seguir en silencio, y sonreír en lo que pasaba el trago. Y así cada día.
Cuantos casos habrá parecidos o semejantes a una historia por el estilo. Cuando vamos a empezar a poner un foco enorme en todo esto. Porque el acoso de críos o chavales a otros críos o chavales es tan habitual como la vida misma. Seguramente se esté produciendo uno ahora mismo, mientras usted lee estas palabras. Le pusieron el nombre ‘bullying’, en inglés, no sé si por darle gravedad o quitársela, pero el caso es que poco ha cambiado; salvo el hecho de que el mundo sabe que existe, que está extendido y se dan charlas de vez en cuando. Poco más allá. Algunos profesores están más concienciados y ponen más atención, cierto, pero otros muchos ni se quieren enterar. Los compañeros de los que sufren, siguen a su bola, porque en sus mentes en crecimiento aún persiste la idea de encajar o de que si sonríe es que le gusta lo que le hacen. Cuando vamos a empezar a hacer algo más tajante ante ello. Cuando vamos a poner nuestra alerta al máximo. Cuando vamos a ayudar con seriedad a aquellos que son víctimas y no lo saben, que están sufriendo solos porque no saben que eso no es lo normal. ¿Se pude llamar sociedad cuando hacemos poco o nada por todas estas personas que aún están en pleno crecimiento personal? Habrá un gran número que ya lo hagan, que ya estén en ello, chapó, pero, ¿lo estamos todos? Hay muchos debates, demasiados cada semana, sin embargo éste nunca lo veo, nunca.