Tomo prestado el título de una canción de Vito para una columna de balas y versos que, llevados a prosa, llamaremos cuentos. Necesito cuentos para cubrir las malas noticias. Los necesito porque los perros matan a personas y las personas no saben qué hacer con los perros. Necesito versos porque el dios Eolo se ha puesto rabioso, segando una vida demasiado joven para que se la llevase el viento. Y, sobre todo, necesito un cuento muy largo y bonito para acallar los insoportables silencios que nos llegan de Gaza.
Para aliviar las balas de los perros que matan, y por reconciliarme con el mundo animal, tropecé con la noticia perfecta por la ternura y simpatía que me inspira su protagonista. Lechuguina, la osa que visita Villarino del Sil a pesar de llevar un radiomarcaje que funciona, pero a su manera. Qué culpa tendrá Lechuguina, ignorante de que llevándose la fruta que atropa, trae de cabeza a los vecinos del pueblo y a la Patrulla Oso, que se proponen capturarla acotando un espacio en el monte donde pueda vivir cautiva, pero en libertad. Bien, Lechuguina. Me gusta tu cuento. Merecías una mención por limitarte a saciar el hambre sin hacer daño a nadie, que andaba falta de versos para tantas balas.
En noticias locales, aunque una cosa no repare la otra, es fácil encontrar un Verso para la bala que tanto ruido ha provocado, incluso a nivel nacional, cuando la ignorancia se ha puesto a dirigir la Cultura por tierras maragatas y ha convertido el Museo Casa Panero de Astorga en la casa del terror, para la celebración de Halloween. Contra esta bala de ignorancia a la que dedicar tres líneas ha sido demasiado, cuentos y aires de otros montes, respeto a nuestras tradiciones y cultura popular y griterío de niños llegados desde Susarón. Así se llama el colegio de Puebla de Lillo que cambió el Halloween por el Día de la Madreña, que desde este año se celebrará el treinta y uno de octubre. Quedó inaugurado el canto a la madreña, ese calzado tan humilde y tan nuestro que tanto sabe de charcos, barros y nieves. Y se hizo con abuelos del pueblo acudiendo a la escuela, contando historias de antaño, esparciendo consejos con esa ternura con que ellos saben hacerlo y sembrando amor por la tierra, por lo propio, para que los niños recojan la cosecha y nuestras tradiciones no queden en barbecho. Preciosa iniciativa en la que palabras viejas y sabias, caldeadoras de almas, fueron acompañadas de un magosto con exquisitas castañas calentando los cuerpos.
Ahora sí, necesito echar mano de todos los Versos y del cuento más largo que la semana nos ha ofrecido. El de la princesa de marfil y oro, la que lleva el sol en el pelo y el cielo en los ojos, arropada por todos los poderes de Estado. Debe ser contado así, con toda la cursilería posible y exagerando, aunque no sea necesario. Sin que sirva de precedente, se aconseja mirar y admirar una y mil veces tanta belleza, tanta limpieza, mimo y cuidado, para aliviar los ojos, para creer en cuentos y lavar el daño que Gaza nos está provocando, convirtiéndose en un cementerio a la vista de todos. Aliviar con belleza la insoportable parsimonia de los que dirigen el mundo poniéndose las gafas de cerca y ojeando lentamente sus propias leyes, comprobando en qué punto exacto pueden llamar crímenes de guerra a los crímenes de guerra, sin levantar la vista ni mirar a lo lejos, no vayan a ver la respuesta. No vayan a ver niños sin sol en el pelo ni cielo en los ojos como las princesas porque, simplemente, ya no hay sol ni cielo para ellos. Balas sin Versos posibles, por más que uno se empeñe en buscar cuentos para contar esta historia.
Y la bala superó al verso antes de acabar la semana. Una mujer cuenta una noche de bombardeo continuo ante una vista aérea de lo que ayer eran edificios y hoy, sus cimientos a modo de castro romano, son el único indicio de que existieron. Un hombre entre cascotes y escombros muestra el silencio que le rodea, sin palabras, con los brazos abiertos a modo de ofrenda. Está completamente solo. No queda nadie para buscarse unos a otros. Dice que algunos, cuando empezaron los bombardeos, cogieron sábanas, almohadas y mantas y se fueron, sumándose al deambular de miles de personas, buscando dónde acostar al hijo para que no se lo maten, posiblemente dudando si forman parte de un pasaje bíblico o pertenecen a este siglo.
Si, necesitamos princesas de sangre azul y pelo dorado rezumando belleza y vida, donde sólo la alfombra que pise sea roja. Necesitamos osos merodeando nuestras colmenas, a los niños de Lillo con sus madreñas, cantares y gaitas y a los viejos del lugar contando historias. Y que lo hagan con la voz muy grande para encubrir el insoportable silencio de tres mil cuatrocientos niños asesinados en Gaza. Jamás habrá suficientes Versos para tantas balas. Lo más curioso es que el álbum al que pertenece esa canción de Vito se titula ‘Cómo negociar un rescate’. A ver si al final, David Rebollo, un ‘simple’ rapero tiene la solución a este desastre y nadie le está preguntando.