Hay semanas en las que es casi imposible saber sobre lo que escribir y otras, como esta, en la que se te amontonan los temas y no sabes cual escoger: o el recuerdo del pueblón que siempre fue León con la fiesta de los carros, los pendones y las ‘Cantareras’ (verdadera fiesta grande de la ciudad y no la de San Juan que se libra por los fuegos artificiales y, sobre todo, por el buen tiempo), o la movida que han preparado los mexicanos con el Rey y el Presidente del Gobierno a cuenta de que necesitan imperiosamente que les pidamos perdón por haber ido a su país a atracarlos hace... quinientos años. Estoy pensando, ¡inocente de mi!, en presentar una denuncia en el Tribunal de La Haya, ese que condena a Putin pero no a Biden, en contra de los descendientes de los fenicios, los griegos, los cartagineses, los romanos, los visigodos, los árabes, los moros, los vikingos, los franceses y los ingleses, pueblos depredadores que han campado sus reales por esta tierra que llamamos España para llevarse todo el oro, la plata, el trigo, el vino, las ovejas y todo lo que podían arramplar a sus lugares de origen...; y nosotros sin decir ni pío..., ¡hay que joderse que comodones y que mansos somos! Tenemos que copiar de los gobernantes de México, de Venezuela, de Argentina, de Chile y de la isla más pequeña de las Antillas que, invariablemente, nos echan las culpas de todo los que les ha ocurrido a lo largo de su historia. En fin, Pilarín, ellos sabrán.
Hace muchos años, estaba uno en la discoteca Las Vegas, en Barrio de Nuestra Señora, supongo que intentando ligar con alguna cuitada y bebiendo un cubalibre con los amigos, cuando me llama uno de Castro que se llamaba Roberto, el dueño del bar Honrado, que quedaba justo al lado de la discoteca. Allí acudí y al verme deja lo que está haciendo y me dice: «La cosa está que arde. Están arriba tu padre, Nardo, Beni ‘El Tuerto de Carbajosa’ y otro que viene con él, y no sé cuantas rondas llevan ya tomadas. Hay que echarlos como sea, porque si no estarán hasta las seis de la mañana». El ‘Tuerto’ era Cástor, el hermano de Elías, de Emiliano y de Patricio, los cuatro mosqueteros de la lucha leonesa, conocidos como los «molineros de Carbajosa». Cuando esta conversación tenía lugar eran ya las dos y pico de la mañana y sí, la cosa no tenía buena pinta, porque a estos elementos, una vez lanzados, no había quién los parara. Yo, ¡claro!, subí al altillo del bar y fui recibido con gritos de alegría. La razón de aquella algarabía estaba clara, como me dijo Nardo: «¡Ya tenemos taxista!». El caso es que la cosa se alargaba y se alargaba y no dejaban de caer cubalibres y copas de sol y sombra. A eso de las cuatro, Roberto, en un arrebato, subió y con todo el valor que le quedaba, grito aquello de «¡A la puta calle!». La verdad es que les sorprendió a todos. Bueno, a todos no, porque Cástor, con toda la tranquilidad de mundo, le respondió: «Mira, Roberto, somos amigos y te lo voy a decir con calma: no puedo marchar ahora; tengo que esperar, por lo menos hasta las seis y media. Y te voy a explicar por qué: si llego a casa dentro de media hora, despertaré a la parienta y eso un buen marido no lo debe de hacer; además, se enfadará y me soltará un responso. En cambio, dentro de dos horas, ella ya está levantada y haciendo sus cosas. Yo haré las mías y todos contentos: como ves, tienes que aguantarnos otro rato más». Lo dijo de un tirón, sin esforzarse y quedó tan pacho. Y sí, estuvimos, incluido Roberto, otras dos horas en el bar. Bebieron, cantaron (muy mal, pero lo hicieron), contaron chistes y criticaron a varios ausentes. Al llegar la hora anunciada por el molinero, pagaron, se despidieron del dueño y yo metí a los de Vegas en el coche y Cástor y su amigo en el suyo y todos (menos Roberto y el que suscribe) tan contentos.
Quiero decir que la gente antes era mucho más educada que hoy en día. Cuando hacían algo miraban muy mucho las consecuencias, cosa que ahora no suele ocurrir: hoy se hacen por cojones y de las consecuencias..., que se ocupe otro. No hay más que ver lo que sucede el panorama político, en el deportivo, en el periodístico y en el de las relaciones personales. Y así nos va. Y no, no quiero afirmar la estupidez de «que cualquier tiempo pasado fue mejor», mayormente porque es una mentira, un bulo, una trola. Vivimos en un tiempo y en unas condiciones que nuestros abuelos no pudieron soñar jamás; pero el ansia nos puede y luchamos por conseguir cosas que, en la mayoría de los casos, son superfluas y no nos hacen falta. Queremos comprar todo lo comprable, sea cual sea su precio, pero hay una cosa que no lograremos adquirir nunca: el tiempo, ese enemigo que nos acerca a la muerte de forma inexorable. Por lo viene muy bien acabar con un brindis de los de Beni, genial como él: «Bebed hermanos y entregaos a locos devaneos; la vida es breve y pensar en la muerte un desatino!...». Salud y anarquía.