01/07/2024
 Actualizado a 01/07/2024
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Los pueblos más pequeños desaparecen. El éxodo del medio rural amenaza imparable. Ocurre en un montón de lugares de España, en demasiados rincones de León. Llevamos décadas perdiendo vecinos, vaciando hogares con memoria, enterrando recuerdos. Y no parece que haya vuelta atrás.

Cada cual tiene derecho a residir donde le parezca oportuno, sin embargo los servicios públicos esenciales no pueden prestarse en todas partes. Aquí no hay petróleo, que diría el clásico. Es cierto que no puede haber centro de salud, escuela y cuartel de la Guardia Civil en todas las localidades, pero sí un bar en la mayoría de los pueblos, salvo los más pequeños.

Al mismo ritmo que cae el censo municipal, también cierra el lugar de reunión y esparcimiento por excelencia de cualquier pueblo que se precie. «Es una tragedia», lamentan quienes lo están sufriendo, los que pierden su centro de convivencia oficial, su foro de toda clase de debates, de relación social, el lugar de los chismes, de los recados, de las cartas, del fútbol.

Entre las medidas autonómicas para intentar mantener población, fijarla en el mejor de los casos, existen unas subvenciones de hasta 3.000 euros al año para sufragar los gastos corrientes de los bares de los municipios o, según el caso, localidades de menos de doscientos habitantes. Con ellas se pueden pagar los gastos de agua, luz, calefacción, cuotas de internet, de plataformas digitales...

Agarrándose a un clavo ardiendo, en algunos pueblos ceden hasta una vivienda como reclamo para que alguna pareja con retoños migre de la ciudad hasta allí para mantener abierto el bar y, con ello, la vida común del pueblo.

«Algunos hasta pondríamos dinero de nuestro bolsillo para que no cerrara el bar», me dice un viejo conocido de Santa María de la Isla, en cuyo único bar coincidíamos los domingos cuando acudía de niño con mis padres en la década de los sesenta.

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