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De bares, tabernas y humo

17/09/2024
 Actualizado a 17/09/2024
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Si hay algunos establecimientos o lugares de esparcimiento que haya aguantado el paso a través de los años han sido los bares, las tabernas y demás lugares de esparcimiento. El ser humano, aunque no lo parezca algunas veces, es un individuo social por naturaleza que necesita el contacto con sus semejantes a largo de su vida. No es fácil saber desde cuando han existido los lugares destinados, sobre todo, a ingerir bebidas alcohólicas. Desde hace miles de años antes de Cristo algunos historiadores sitúan el hidromiel como la bebida más antigua de la humanidad. El vino está considerado como una de las bebidas más antiguas citado en la Biblia, como popular entre el pueblo hebreo y hasta nuestros días. La función social que los bares desempeñan es tan extensa que resulta difícil relacionar definirla sin dejar fuera alguna otra. Esto me viene a la memoria por algo que hace unos días pude ver en una televisión leonesa mientras emitía un reportaje en un lugar hostelero de nuestra ciudad (que me perdone mi olvido del nombre del propietario y establecimiento) y que, mientras transcurría la entrevista con el mencionado hostelero, pude advertir una leyenda en una pizarra que mostraba algo que a mi, aunque no sé si era inédita o no, me hizo gracia, la cual comprendía el maridaje existente entre el lugar de bebidas en que se que se encontraban y la persona propietaria del lugar, expresado de la siguiente manera: «no hay bar que por bien no venga». Lo suscribo plenamente.

Creo que el bar ha sustituido, en toda su dimensión, a estados no deseados así como a un amplio recetario contra las depresiones. Conocí a un cliente de un bar del barrio, también llamado parroquiano, aunque en este caso los fieles no constituían una iglesia ni tenían obispo que les mandara, sino que constituían un grupo de amigos que solían acudir al mismo establecimiento público para su encuentro, sobre todo los días de fiesta. A la persona que me refiero era respetada por el resto de amigos debido a la vasta cultura que acumulaba, y como dirían algunos; sin darse importancia. Me llamaba la atención la forma que tenía a la hora de invitar a cualquier amigo que llegaba al bar estando él dentro, por aquello de la aplicación de la Ley del Bar, (derecho consuetudinario) consistente en que el que había llegado primero era quien tenia que pagar. ¿Qué quieres tomar?, le preguntaba al nuevo parroquiano y amigo que acababa de entrar en el establecimiento, a lo que mientras el convidado pensaba la contestación , D. José, así se llamaba, se adelantaba diciendo; ¿un vino? sí o sí, dejando sin escapatoria, ante la sugerente invitación, al nuevo parroquiano. Era corriente, y habitual, establecer rutas o recorridos por donde casi era obligatorio recorrer determinados bares, como era la hora del vino blanco, del vermú o del vino tinto por la tarde-noche, para encontrarte con los compañeros.

El vermú o el medio cubo (otro día contaré en que consistía el mencionado medio cubo, hoy en desuso,) solían ser las bebidas, junto con la naranjada, preferidas por las mujeres los domingos, acompañadas con unas sencillas tapas como pudieran ser unas aceitunas, anchoas o patatas fritas, aunque en las mañanas de los citados domingos y festivos se servían tapas de cocina muy de agradecer por la clientela. Lo cierto es que aquellos bares con su ambiente, donde se jugaban partidas, se juntaban los amigos y era donde, además de la respectiva bebida, se fumaban aquellos pitillos a granel o empaquetados, cuanto el fumar parecía que daba ambiente al lugar. A quienes no conocieron, por edad, aquellos bares o cafés, les parecerá increíble pensar que no solo no se prohibía el fumar en los lugares de ocio, mejor dicho en casi todos los lugares, sino que se estimulaba su consumo mediante campañas publicitarias por cualquier medio de comunicación.

En la mayoría de lugares, donde prevalecían las partidas, y se consumía todo tipo de tabaco, el humo era el compañero habitual causante de mortales males, como con el tiempo se tuvo en cuenta, haciéndose patente con su prohibición. Una cosa ha cambiado: antes los que casi exclusivamente fumaban eran los hombres, las mujeres, salvo en alguna boda o celebración familiar, estaba muy mal visto siendo raro el verlas fumar en lugares públicos. Parafraseando a la expresión de una canción de la zarzuela, ‘La Verbena de la paloma’, con música de Tomás Bretón y libreto de Ricardo de la Vega, diríamos, «hoy los vicios adelantan que es una barbaridad», a lo que otros dirán, pues, con mi dinero me lo pago, a lo que yo añadiría, y con la vida en muchos casos, también.

P.D. En aquellos tiempos se dejaban unos recipientes en los bares para recoger cigarrillos destinados a los ancianos de la Beneficencia leonesa. 

 

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