No, no es eso de que una cosa no quita a la otra o lo de que hay que saber diferenciar conceptos... Quejarse de la hucha y ponerle música a celebrar un ficticio día de una comunidad rota con 300.000 euros, es apretar la soga a sabiendas. Dos conciertos de los que no hay que reprochar notas, pentagramas ni estilos para un 23 de abril en el que El Bierzo saca los libros al sol, menos la historia. Camela y Juan Magán suman el montante que alguien ha visto como una oportunidad para poner en otro saco y dejarse de caderas bailongas en pos de una entidad descompuesta con apellido guionizado.
Y si, un suponer, en lugar de sumar en espectáculos con los que levantar la quijada en símbolo de una unidad de paripé, juntamos el montoncito para repoblar de oncólogos la unidad berciana que no consigue ni en un alehoop de fortuna llenar las seis plazas de las que dispone. Tal vez la coherencia haya entrado por algún oído y se haya quedado, sin salir por el otro. Y se vean las necesidades de dejar este África, como denunciaba el ultrafondista Basurco al presentar su brazada por el estrecho. Una hazaña con la que quiere decir en alto que sí, que Ponferrada no está tan arrimada a Galicia como vemos en un mapa. Si nos ponemos las gafas de la sanidad, nos vemos pasando la frontera del continente negro carbón. Y que no, que por mucho que nos quiten dioptrias sabemos que lo que vemos no es ciencia ficción, aunque parezca el episodio de una serie pintada de oscuro, tirando a luto. Ponferrada crece en habitantes y se autoaplaude con ganas por librarle la batalla al poder del éxodo. Pero sigue sin ser capaz de regalarle un ramo de consultas frescas a los que vienen. Sólo quedan flores secas en un jarrón de porcelana fina, tantas veces pegado, para testimoniar una bienvenida por debajo del nivel freático, a sabiendas de que nos desangramos, con tirita y todo, como falle ese presente. Sumamos 230 vecinos más, un tercio extranjeros, la mayor parte mujeres. Vuelven o llegan. Y ponen los ojos en poder hacer vida en un rural sano, más que la propia sanidad, aunque vertiginosamente abrupto a la hora de encuadrar un lienzo de chimenea sobre un tejado. Queremos cortar la hemorragia pero ponemos todo en contra para el que quiere resolver el destrozo. Y sin casa, sin colegio ni banco y sin consultorio, volver se convierte en una estrecha senda para avanzar por la recuperación. La ruta es una fila india y lo mismo que llegan, se van. No funciona la tecla, nos han dejado sin pilas y nos proponen como la gran sede para reciclar baterías. Tal vez sí, lo que nos queda es poner cruces sobre mármol y no vacunas en nuestro verjel venido a erial.