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Benditos roedores

22/03/2023
 Actualizado a 22/03/2023
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A lo largo de los siglos el hombre ha sentido inquietud ante la inmensidad de la bóveda celeste, que contemplaría desde la entrada de la caverna en torno al fuego, entre los hitos de Stonehenghe o la cima de una cumbre.

Con el tiempo pasaron de la contemplación a la interpretación. Y nacieron los zigurats de Persia, el Olimpo en Atenas, las pirámides egipcias e incaicas y observatorios de la India y Ankorg. De aquellos astrólogos llegaron progresos en Mecánica Celeste y artes adivinatorias (aún hay quien cree en los horóscopos). Pero si cierto día se producía una perturbación en el orbe, era aviso de un desastre ‘dis aster’ siendo lo peor de lo peor el paso de un cometa.

Así, se vio venir la Guerra de los Cien Años que diezmó la población de Europa (unos 80 millones de almas). Pero como las desgracias no vienen solas, poco después llegó una de las peores pandemias que se han conocido: ‘La Peste Negra’ que vino de Oriente y fue propagada por las ratas que desembarcaron en Italia. Quizá la repugnancia hacia estos roedores anide en el subconsciente del alma humana, que ha dado sus frutos en el mundo del arte y la cultura. Por algo los egipcios divinizaron a los gatos.

En el ‘Séptimo Sello’, de Bergman, un caballero (Max Von Sydow) regresa de las Cruzadas a su tierra, después de diez años, donde le espera la peste y sus estragos. Elia Kazan produjo ‘Pánico en las Calles’, donde Richard Widmark indaga el foco contagioso que amenaza Nueva Orleans. En el ‘Renacimiento’, Boccaccio cuenta un viaje para escapar a la peste, ‘El Decamerón’ –deca hemeron– diez días de trayecto que se amenizaban con los cuentos pícaros de los pasajeros. Más explícito sobre las ratas es el libro ‘Las Ratas’, de Miguel Delibes. O ‘La Peste’, de Albert Camus, que describe la peste en Orán: Una rata en la escalera y otras campando por la ciudad sembrando sus pulgas asesinas. Un denominador común respecto a estos repelentes roedores frente al buenismo de Belarra y amigas que tildan a los gallos de violadores, recomiendan la zoofilia y amor por las ratas que también tienen su corazoncito.

Mi primera experiencia con estos repugnantes roedores fue la pugna de mi abuelo con una espeluznante rata blanca que se coló en la bodega, como aquellas que conoció en los barcos que zarpaban para Cuba. El knockaut lo asestó mi abuelo, en el segundo asalto, con una escoba. De ser hoy tendría un problema con Belarra y sus amigas.

En conclusión, entre lo absurdo de estos políticos que inventan la realidad en sus despachos y el sentido común, me quedo con lo segundo. Lo explicó con cordura un paisano de la Ribera del Porma: «Desconfía de los bichos que no conocen al amo».
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