26/01/2025
 Actualizado a 26/01/2025
Guardar

Hay una instantánea preciosa de Carlos Berlanga en el segundo volumen de ‘Archivo Nómada’, que recoge las fotografías de nuestro ilustre paisano Alberto García-Alix entre 1982 y 1986. En la imagen, Carlos sostiene dos copas bajas de champán, una de las cuales dibuja un juego de luces y sombras sobre su rostro.

Pienso mucho en Carlos, que murió hace más de 20 años, cuando era más joven de lo que soy yo hoy. Alto, guapísimo, con su hoyuelo y su tupé. Rasgando la guitarra en ‘Tocata’ o en algún otro programa de la «primera cadena», con su Dinarama, entre Alaska y otro insigne leonés, Luis Miguélez. Recuerdo el escalofrío, de niño, al escuchar las cuerdas de ‘Ni tú ni nadie’, cómo aún hoy se me ponen los pelos como ‘scorpions’ ante los «ah-ah» que preceden el estribillo. Cómo he acunado bebés cantándoles: «Ser prudente de más/ es tan malo como no serlo./ Tú te pasas mucho/ por el lado de la discrección./ Y decir la verdad/ bien es cierto que no es tan fácil».

Pienso mucho en Berlanga y en cuánto se perdió de él por irse de este mundo cuando Internet no se había colado del todo en nuestras vidas. Cuántos detalles (tal vez estúpidos, tal vez trascendentales: ¿Cuánto medía?) quedaron para siempre ocultos a los ojos de quienes amamos su obra.
Miro el reloj mucho más tarde que ayer y me vienen a la cabeza las frases con las que se despidió de la música, en la última canción de su último disco, ‘Impermeable’ (2001), publicado un año antes de su muerte:

«¿Quién se acordará de él?/ ¿Quién mandará a remendar/ los trajes que aquella polilla se comió?».
 Como Carlos fue siempre bastante misterioso y le gustaba jugar al despiste y a la ocultación, tal vez pensó que nos olvidaríamos de él. Que quedaría sepultado entre recuerdos de divas antiguas como las que sólo él recordaba. No llegó a conocer la epidemia del ‘engagement’, la presencia constante y obsesiva en las pantallas de la palma de la mano. La desaparición del enigma y de la distancia con la persona objeto de adoración.

O tal vez eso mismo ha sido lo que le ha salvado. Si hubiese sucumbido a la ola de la exposición puede que su figura y su legado terminasen diluidos en la marea de las modas. En cambio, él siempre será Berlanga y sus canciones siempre sonarán a él, el mejor compositor pop (a su pesar) de este país. Preservado para siempre en ese lugar, igual que los animales prehistóricos atrapados en los pozos de asfalto del rancho de La Brea. Igual que James Dean, en ‘Gigante’ y ‘Rebelde sin causa’, que nunca envejecerá.

 

Lo más leído