18/06/2023
 Actualizado a 18/06/2023
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Berlusconi ha muerto, descanse en paz. En una entrevista publicada en la revista Tiempo (agosto de 2009), el Nóbel Dario Fo distinguía nítidamente la risa trivial del auténtico humor. La primera la practicaba su paisano Silvio Berlusconi. Según Fo, Berlusconi se representaba a sí mismo en un chiste que contó en abril de 2000 estando en campaña electoral, delante de una muchedumbre excitada y complaciente. Ganó con diferencia y al año siguiente subió al Gobierno por segunda vez. El chiste es el siguiente: «Un enfermo de Sida va al médico para que le cure. Tome unos baños de arena, le dijo el matasanos. ¿Está seguro de que me ayudarán? pregunta preocupado el paciente. Bueno, al menos se irá acostumbrando a estar bajo tierra». Esta es, según Fo, la fotografía de Berlusconi, antes de que su mucho rostro desmintiera la dureza facial que se creía. El humorismo contra un desesperado. Una gracia que traspasa las fronteras del humor negro para convertirse en simple broma macabra.

La sucesiva escandalosa trayectoria política italiana (asesinato de Aldo Moro por las Brigadas Rojas, Mafia, Benito Craxi huyendo a Túnez y Giulio Andreotti haciendo ‘funambulismo’ con la Justicia) tuvo como exponente el populismo y caudillismo de Berlusconi. O sease, el clásico advenedizo audaz, bienaventurado salvador de la patria, que se presenta cuando tiene lugar un proceso de desconcierto social y de degradación política por desconfianza de la ciudadanía. El caso de Berlusconi, como pavo real acaparador de miradas y devoto observador del propio ombligo, recuerda a sus predecesores Víctor Manuel III y Mussolini, porque no se comprende bien como ego tan descomunal pudo caber en físico tan exiguo. A propósito del poder político y mediático de Berlusconi, su paisano Umberto Eco resaltaba que si la primera mitad del siglo XX el mito era «el hombre de Estado» en su momento era «el hombre de la Televisión». El problema, dice Eco, es controlar la televisión; que si ha de haber una dictadura, sea ahora una dictadura mediática y no política. El régimen mediático de Berlusconi supo que el consenso se controlaba controlando los medios de información más difundidos. El efecto real de la noticia televisiva hace que se sepa y se crea sólo aquello que dice la televisión. Se puede instalar, pues, un régimen mediático con la apariencia de decirlo todo; basta saber cómo decirlo. Al contrario de lo que ocurre con las dictaduras políticas, a un régimen mediático no le hace falta meter en la cárcel a sus opositores. Los reduce al silencio, más que con la censura, dejando oír sus razones «en primer lugar».

El omnipotente e inmune Berlusconi llegó a decir: «¡Quedaos tranquilos, amigos, no pasa nada, aquí estoy YO como ejemplo, de mejor y más perseguido presidente que ha tenido Italia en los últimos ciento cincuenta años de su historia, seguidme, viva YO!» ¿Y en qué pensaba ese YO fundamental para darse el merecido descanso de trabajador incansable por la patria? Pues en cazar chiquillas, en orgías, en putas. He aquí el ‘berlusconismo’ o vista obnubilada por el poder y el sexo. A la vera, todo un pueblo italiano de inmensa solera rendido a los pies de un sátrapa; quien, tras el hostiazo morrocotudo que le rompió la jeta en la Piazza del Duomo de Milán, no sólo incrementó su popularidad y demostró que no tenía la cara tan dura como se pensaba, sino que convenció a la izquierda italiana para que aceptase su inmunidad judicial a cambio de determinadas prebendas. Venga, todo el mundo a ganar dinero como sea para emular al arquetipo.
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