Este pasado domingo, 4 de febrero, ha sido el día mundial contra el cáncer. Casi todos, por desgracia, conocemos personas que luchan en este momento contra esta cruel enfermedad, que la vencieron o que no han podido superarla.
En esta jornada se pide mejor atención para estos pacientes. Por ejemplo, reducir tiempos de espera, trabajar en la prevención, agilizar la detección temprana o aumentar la calidad de los tratamientos y los cuidados paliativos. Claro que para lograrlo haría falta reforzar el sistema sanitario en primer lugar. Una utopía.
También es clave la investigación. Con cierta frecuencia nos llegan descubrimientos que permiten avanzar hacia una mayor supervivencia y menor sufrimiento de los enfermos. Sin embargo, al menos en España, la financiación para proyectos de investigación en general resulta insuficiente. Algunos quedan en espera durante tiempo indefinido. Otros arrojan prometedores resultados, pero tardan años en desarrollarse y en ser aplicados. Una lentitud desesperante, tratándose de algo tan importante como la salud, en tiempos de la inmediatez.
Cualquiera diría que hay quien pone palos en las ruedas de los avances.
El cáncer ha existido desde la prehistoria. Hace 3000 años se documentó por primera vez un caso en humanos, un varón que vivió en el antiguo Egipto. Se describen las terapias que se le aplicaron sin éxito. Los egipcios concluyeron que aquel mal no tenía cura, lo justificaban como un castigo de los dioses. Desde entonces hasta ahora se han hecho multitud de hallazgos, ha evolucionado la forma de tratar los diferentes tipos de tumores, las medicaciones.
Lo que no ha cambiado es la enfermedad, que continúa causando dolor. De hecho, su incidencia se ha incrementado debido a la creciente esperanza de vida o a la contaminación ambiental, entre otros factores.
Seamos positivos, cada vez hay más personas que sobreviven a la afección. A pesar de las trabas, confío en que más pronto que tarde saldrá a la luz la cura definitiva. Ánimo.