01/04/2024
 Actualizado a 01/04/2024
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Es la obsesión por los dientes blancos. No hay hoy ‘celébrity’ ni mujer aspirante a la inmortalidad mediante el lucimiento físico, que no practique el esfuerzo por lucir una dentadura perfecta y blanca. Ya hay psicólogos, como Fernando Soria, que estudian este fenómeno, puesto que algunas personas contraen la enfermedad de la hipersensibilidad llegando a las dentaduras de titanio de más de un millón de dólares, o a pasarse con el peróxido de hidrógeno. Pero, hasta ahora, el canon del color de nuestra dentadura era el marfil. Lo que parece indicar la decadencia del marfil en favor del blanco, que hasta ahora no solíamos usar más que para nombrar a la muerte: ‘La blanca orilla’ (de nuestro escritor de Olleros, Aurelio Loureiro ); o a la primavera: «la blanca primavera», dice el gran Hesíodo en ‘Los trabajos y los días’.

Uno se pregunta: ¿Qué ha cambiado, pues? Y como todo es corrupción (al menos es de lo único que se habla (hasta en el Congreso y el Senado) a los sucesos de corrupción se les suele llamar «mordidas», mordidas de diente blanco. Morder y robar, ese es nuestro mundo. Y como la mayoría silenciosa no tiene acceso a ese tipo de blancura, y el peróxido de hidrógeno (agua oxigenada) o el peróxido de cardamida (agua y urea) lo solemos usar para otras cosas, pues sucede que algunos entendemos nada de lo que está pasando. Y vamos de lo blanco a lo blanco sin mancharnos.

Pero volvamos a Hexíodo, cuando dice: «La ignominia no está en el trabajar sino en el no hacer nada». Y añade: «Si trabajas, no tardará mucho el holgazán en envidiar tu riqueza; puesto que a la riqueza siempre le siguen el mérito y la gloria».

¿Y qué es lo que nos recomienda el sabio griego hacer? Pues nada menos que lo siguiente: «Tu interés debe estar siempre en trabajar, cualquiera que fuera la condición que te tocara».

De ahí que la obsesión por la blanco, como trasunto de riqueza, no deba considerarse hoy una enfermedad sino la meta para quien, habiendo dejado atrás toda una falsa filosofía basada en el esfuerzo y la abnegación, así como la entrega a los demás que era el programa que se consideraba eterno, vayamos pasado a esa otra «blanca orilla» desde esta «blanca primavera» que hemos comenzado. Para algunos la última y para otros la más provechosa en caudales.

¡Y a nosotros que nos decían en la escuela que el trabajo era un castigo divino! Claro que los dioses de entonces no eran los mismos. Aquellos hasta se comían a sus propios hijos si hacía falta.

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