01/02/2025
 Actualizado a 01/02/2025
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El lema de Mario es definitivo. No esconde florituras, segundas lecturas ni subjetivismos. «Soy pobre, pero soy feliz», dice, armónica en mano, a punto de tocarla sentado en el taburete que es su escenario. El micrófono delante, calibrado a la altura de una boca a la que le cuesta soltar palabras inteligibles. Un ictus y tres o cuatro afecciones más lo dificultan. «Soy pobre, pero soy feliz», sentencia la voz que se deshace de la torpeza al son de las melodías de Eric Clapton o B.B. King.

Hace dos días me enteré de que esa voz, de que ese lema, ya no sonará más en este plano. De que esa música se ha desvanecido. De que Mario canta desde hace un par de meses sobre las tablas del teatro que –seguro– abre el telón ante su llegada en el mundo de los muertos.

No muchos le conocerán. Si acaso los pocos que se animaron a leer el escueto relato de toda una vida que hace poco más de un año salió entre las páginas de este periódico. Hablaba entonces efusivo dentro de sus limitaciones. Soltaba bendiciones y algún que otro exabrupto en cualquier idioma imaginable. Sonreía a todo el que pasaba, le concedieran la moneda protocolaria sobre la improvisada hucha o no. Casi nadie se la concedía. Todo lo más, un «buenos días» solemne. Aunque tampoco muchos. «Aquí nadie saluda, niña... Nadie sonríe», me dijo alguna vez con ceño fruncido y aspavientos de incomprensión: «En Canarias, la gente mejor». No creo que lo pensara realmente; de entre todas las escalas que –contaba– había hecho por el mundo, León vaticinaba ser una larga. Y estaba siéndolo, hasta que la Parca asomó el pescuezo y se lo llevó. 

¡Qué pena hablar de los muertos en pasado!... Y qué ironía si cuando mueren están más presentes que nunca. 

Yo casi no recordaba a Mario hasta el anuncio de su defunción y ahora sólo recuerdo la emoción de esos ojos sinceros al verse reflejado en la tinta impresa sobre este papel. Le recuerdo entusiasmado al regalarme una armónica Fender como respuesta a aquel reportaje y le imagino encantado de encontrarse descrito entre unas líneas que, aun sin tener él la condición de «ilustre», se escriben en una suerte de obituario. 

Poco antes de saber de su muerte supe que estamos un segundo más cerca de la hora punta del ‘Reloj del fin del mundo’. Científicos y sabios han decidido sabiamente ajustar las agujas y marcarnos a ochenta y nueve segundos de la «medianoche». ¡Si hasta tiene poesía el apocalipsis! Y Mario, que se mantendría impasible ante la noticia, no dejaría de hacer sonar su armónica ni en plena hecatombe. Su reloj biológico se quedó sin pila hace unos meses. Su respiración, paulatina por los años, terminó con un suspiro que sonó con la última nota silbada desde su instrumento a ritmo de blues. 

Y, a su son, también el nuestro: tic, tac.

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