Antes de nada hemos de tener en cuenta que un coscorrón no es otra cosa que un golpe dado a puño cerrado sobre la cabeza del niño díscolo. ¿Por parte de quién? ¿Los padres?¿El maestro-escuela? El caso es que el receptor no tiene opción alguna ya de arrepentirse o enmendarse y asume su culpabilidad, rascándose la cabeza, eso sí, con una gran desilusión. Es claro que, de haberlo pensado a tiempo, hubiera perdonado el bollo por el coscorrón.
A nosotros, los inmigrantes, coscorrón nos dieron uno que nos expulsó del paraíso, y ahora, cuando volvemos, ya no somos nadie. Unos «agonías», que solo parecen vivir para quejarse. Como le auguraba el otro día Feijoo a Sánchez: «Su agonía legislativa le va a parecer una broma al lado de su agonía judicial» Y es seguro que ahora, a estas alturas de la película, el esposo de Begoña, perdonaría el bollo por el coscorrón. Por muy fuerte que fuera.
Quien parece que trata de darle otro coscorrón al presidente es la de la comunidad de Madrid, la Srta. Ayuso, al rechazar la invitación de presentarse en Moncloa, como ya lo han hecho, de tres en tres los demás presidentes, para debatir con el inventor del «fango» acerca de los asuntos de gobierno. Pero de tú a tú, como dos gladiadores perreros. Parece ser que se lo ha planteado en plan «contradanza» (ahora avanzas tu un paso a la derecha, y yo otro a la izquierda, y así seguido) Y que su propio jefe (el de ella, si es que lo tiene) le ha recordado aquello de «Si pico me mancho el pico, si no pico me muero de hambre»
Nosotros, los exiliados, por nuestra parte, continuamos buscando las raíces que dejamos en esta montaña leonesa festejada por un otoño de pincel que presenta un aspecto de ensueño,con sus distintos todos de amarillos y morados. En el alto Cea los bosques cercan el praderío de un verde salvaje y el ganado pasta hasta el anochecer sin añorar el calor del establo. Morgovejo, Prado de la Guzpeña. Fuentes de agua cristalina y niños. Grandes casas. ¿Dónde andará Teyo, el pota de la trashumancia? Y, a lo lejos: Tejerina, el más hermoso lugar provinciano con el corro de mujeres rememorando su exilio en conventos de monjas lejanas. Ya no quieren irse nunca. Ni aunque los hijos las llamen a Madrid, a León, o a Bilbao. No es verdad lo que dice Octavio Paz en «Los hijos del limo» cuando afirma que «Nunca se había envejecido tanto tan pronto como ahora».
¿Qué sabía él de bollos y coscorrones perdonados?