Era un día cualquiera de hace muchos años cuando, en compañía de mi amigo José Manuel Morán, abogado y con grandes responsabilidades en el único banco con vitola netamente leonesa que ha existido en nuestra provincia, y nos encontramos en la plaza de Santo Domingo con Luciano Magadán, al que yo solamente conocía de vista, y después de presentarme a él le dijo, Luciano, al que conocía por haber sido alumno suyo en la afamada academia San Raimundo, estate atento que en breves días te llamaré para que te incorpores a la asesoría jurídica del Banco Industrial de León. Tal encuentro, cargado con la espontánea e inesperada noticia de ser empleado cualificado de un banco nuevo a las órdenes del citado José Manuel Morán, le suscitó una incontenible alegría.
A partir de ese día establecimos una amistad sólida y duradera hasta el triste desenlace que el pasado día 25 tuvo lugar después de soportar y superar varios calvarios, que la salud de hizo pasar. He de reconocer que, a pesar lo que desde hace bastantes años venias padeciendo en silencio, jamás te escuché quejar, si bien tú eras quien nos dabas ánimos a los demás ante cualquier problema que tuviéramos, y que yo pude comprobar personalmente. Eras un hombre generoso y siempre dispuesto a colaborar de manera altruista y silenciosa en lo que te propusieran sin regatear esfuerzos. De un tiempo a esta parte, en una de las últimas visitas que te hice en la residencia que vivías puede apreciar, con cierta pena, el deterioro que tu aspecto presentaba, añadido al estado de ánimo, en nada comparable a ese Magadán que ante cualquier situación no deseada, era el que nos insuflaba vida. Aunque era hijo único tenia infinidad de amigos que ocupaban el puesto de la falta de hermanos, (entre los que me cuento) a los que atendía siempre que le que le necesitaran.
No puedo olvidar, cuando estuviste, junto con mi familia, acompañándome en Salamanca ante una grave intervención cardiaca a la que fui sometido, y de la que felizmente salí perfectamente, y tú, siembre dando ánimos a los míos en los días que duró la estancia. En el Banco Industrial de León, en la Coral Isidoriana, en las cofradías de Semana Santa que perteneciste y en las que nunca regateaste esfuerzo para llevar a cabo las funciones que los cargos que desempeñó requerían. Este 25 de enero fue un día imposible de olvidar porque aunque con una distancia de cuatro años, en la misma fecha, perdí a la persona que me acompañó en los mejores años de mi vida y que siempre, Mila, está, conmigo. Es difícil despedirse de un amigo con quien compartiste tantos buenos ratos. En el epitafio imaginario yo pondría: «aquí yace una persona que nunca hizo mal a nadie y que desprendía bonhomía allí por donde pasó». Hasta Siempre ‘Chano’, en mi nombre y en el de los tantos amigos y amigas que tuviste y que te recuerdan con cariño.