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Boñiqueros a extinguir

09/12/2024
 Actualizado a 09/12/2024
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Cuando los forasteros le preguntaban a AnGLillo, el de Cármenes, por su profesión, siempre respondía lo mismo: Boñiquero a extinguir. Y él, que era fundador, y principal impulsor de los «Filósofos de la Ruralidad sin obra publicada» (fIRUsop) permanecía unos minutos en silencio, esperando que cesara la cara de asombro, hasta que, sobre todo si se traba de una chica de postín, le matizaba, risueño: «Aquí hay dos cosas que desaparecieron hace tiempo: El dinero y el peatón».

Si hubiera vivido lo suficiente, habría podido comprobar cómo varios de sus discípulos,  hemos ido matizando sus enseñanzas, a la vez que propagando su saber. Y eso que la profundidad del conocimiento que se adquiere solamente por la experiencia, que él tenía, ninguno de nosotros la hemos podido conseguir. Por ejemplo, cuando hablaba del lobo, ese animal tan emblemático, decía él, al que ahora en Europa (que no tienen más lobos que los de dos patas) nos quieren rebajar de categoría, pasándolo de animal «estrictamente protegido»  a «solamente protegido» con  lo  cual abren la puerta a una posible  comienzo de caza selectiva del tal.

Para AnGLillo, el lobo, junto con el Papa, eran los dos animales más listos de la naturaleza. Solo que el Papa se libró de esa necesidad de comer oveja, y eso le permitió sobrevivir. Eso no justifica que, a veces, los campesinos y los cazadores se pasen en sus ansias de capturar lobos en sus chorcos y con sus escopetas; pero basta  asistir al sacrificio de un débil ternerillo degollado por las mordeduras del lobo para que se le caigan a uno todos los prejuicios, y piense, con todos los AnGLillos que hayan existido en la ruralidad, que, como escribe Alejandro Dumas en «La dama de las camelias» Los hombres son despiadados. El justo, el inflexible, es Dios»

El cronista sabe muy bien que nadie, por muy discípulo que sea de un sabio,  tiene derecho alguno a disparatar. Pero es que hay cosas que no conviene recordar y que casi siempre, llegados a nuestras edades, resultan difíciles de callar. Porque «callando también se escribe» como dice Luis Mateo en su maravilloso libro sobre las muertes familiares titulado ‘Azul serenidad’ (pág. 95) Y la muerte de un infeliz animal, o de la más bella hija, o la más maravillosa esposa, no son más que caprichos de la divinidad.

Callando también se grita. Y el filósofo de la ruralidad sin obra publicada, lo debe saber muy bien. Porque ha visto y comprobado casi todas las paradojas de la vida, sabe bien que  nada es lo que parece y uno no es más que un boñiquero a extinguir.

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