16/09/2024
 Actualizado a 16/09/2024
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Era por ahora. En algunos pueblos de la montaña se celebraba el fin de la trashumancia. Se barruntaban las primeras nieves y los ganados que habían subido desde Extremadura al principio del verano para aprovechar los pastos de altura, volvían a bajar por las cañadas hacia la tierra de los grandes y apacibles bosques en los que el frío no acobarda. Y los pastores regalaban al pueblo una borrega cuya carne servía de plato principal de la comida comunal a celebrar en algún local lo suficientemente grande como para que cupieran forasteros y natales. Y que, luego, hubiera baile. En algunos, como Cármenes, se continúa celebrando, aunque ya los ganados no lleguen y la borrega haya que comprarla.

¡Cuántos cantares! ¡Cuánto vino de la bota! ¡Cuanto baile, y ninguno suelto! Los tamboriteros (gaita y tambor acaso) temblorosos ellos, bien bebidos y cebados, vigilando desde su templete que ninguno, a las puertas de la ebriedad, cayese al suelo y le pisasen los recuerdos. Los mayores, los viejos, para entendernos, barruntando quién sería el primero en ser derrotado por el orujo de hierbas, y en salir afuera a despejarse un poco la marea, vigilantes. 

Los romances. ¡Que bello el de la loba parda! La manada se acerca al redil. Sortean quién de ellos saltará. «Lo tocó a una loba vieja, patituerta, cana y parda, que tenía los colmillos como puntas de navaja». Y saca la borrega y huye. Los perros corren tras ella y la alcanzan. Ella se rinde: «Tomad, perros, la borrega, buena y sana como estaba». Pero ellos la quieren: «buena y sana como estaba» no esta que nos das «de tu boca alobazada». Y no sabe por qué, al cronista le vienen a la mente estos recuerdos al escuchar cómo los lobos, en Adrados ,el otro día fueron mas de 20 las ovejas devoradas.

Ahora es el tiempo de cantar todos los cantares aquellos, de bailar todos aquellos bailes, de decir todos aquellos retruécanos, y de darle al orujo con hierbas del campo a bocajarro hasta caer «patrás» y no acepar que se nos trate como a borregos. Lo siento por Gerardo, el cocinero, que ha perdido a su hijo Armando y este año no podrá cantar como otros años.

Creo que es el momento de las borregadas, para coger fuerza para enfrentarse al invierno en el que los lobos y los políticos acechan detrás de las tapias. Porque los que vivimos «en los arrabales del poder» (Ponç Puigdevall, en su novela) somos más de celebraciones que de enredos. Más de cantares y romances que de performances. Mas de borregadas que de chocolatadas.

 

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