El nuevo año está a punto de comenzar y, como ocurre siempre en estas fechas, nos encontramos ante el momento idóneo para hacer balance con respecto a todo aquello que ha tenido lugar en los últimos doce meses, reflexionando sobre los objetivos y los retos que hemos conseguido y, especialmente, sobre los que todavía nos quedan por alcanzar. El día 31 de diciembre es como una especie de punto de inflexión psicológico, en el que se cierra un libro, o más bien un cuaderno, de 365 páginas totalmente escritas y llenas de tachones y de anotaciones en los márgenes, para dar paso a otro cuaderno con todas sus páginas en blanco y con ese olor tan característico que desprenden los libros nuevos. En este año que se acaba, seguro que ha habido malos momentos y cosas que no nos han salido como esperábamos, pero es la hora de «hacer borrón y cuenta nueva» y de «volver a empezar».
Realmente, esto mismo podría hacerse cualquier otro día del año, pero como he dicho anteriormente, el día 31 de diciembre es como una especie de punto de inflexión psicológico. Por explicarlo de una manera muy simple, se podría decir que a nuestro cerebro le resulta más fácil empezar a trabajar en algo nuevo el día 1 de enero que, por ejemplo, el día 5 de abril.
Teniendo en cuenta esto, parece que estamos en el momento más adecuado para proponernos todo aquello que queremos lograr a lo largo del próximo año, así como para reflexionar acerca de esas pequeñas (o grandes) cosas en las que creemos que debemos mejorar. Pero también es muy importante que, dentro de esa reflexión, nos acordemos de todo lo que hemos hecho bien durante el transcurso de este año y nos sintamos orgullosos de ello. Seguro que hemos conseguido mucho más de lo que se nos puede ocurrir en un principio, por lo que es necesario que dediquemos un tiempo a pensar en estos logros, ya que sería muy injusto para nosotros mismos que, en nuestro balance anual, solo tuviésemos en cuenta lo negativo y lo que nos falta por conseguir, y no lo positivo y todo aquello que ya hemos alcanzado.
Incluso en los casos en los que parezca que no ha habido nada bueno, es fundamental hacer esta reflexión, porque hasta en las peores situaciones y etapas, se adquiere algún aprendizaje que nos hace mejorar en algún aspecto importante de nuestra vida. Por tanto, hagamos un esfuerzo y tratemos de empezar el nuevo año con la satisfacción de todo lo bueno que nos llevamos del año anterior, sea mucho o sea poco, y con la confianza en todos aquellos proyectos que podemos llevar a cabo y en todo aquello que podemos lograr en los próximos doce meses. Esta es, sin duda, la mejor forma de comenzar algo nuevo.
Además, estaría muy bien que en los próximos días nos dejásemos contagiar un poco por la ilusión de los más pequeños. Ellos siempre comienzan el año sintiéndose inmensamente felices por la llegada de los Reyes Magos el día 6, con una enorme emoción y sin tener que pensar en la famosa «cuesta de enero». Y aunque los adultos tengamos, como es lógico, muchas más preocupaciones, sería tremendamente positivo para nosotros que intentásemos recuperar, aunque solo fuera un poquito, de ese espíritu de alegría y de ilusión que nos inundaba en estas fechas durante los primeros años de nuestra vida.
Una vez dicho todo esto, solamente me queda desear que todos comencemos el nuevo año de la mejor manera posible, y que los objetivos y los propósitos que nos marquemos se vayan cumpliendo poco a poco a lo largo de los siguientes meses. Y para todo aquello que no salga bien o que no pueda cumplirse, dentro de 366 días habrá otra oportunidad de «hacer borrón y cuenta nueva» y de «volver a empezar».