Verifiquemos, en primera instancia los desequilibrios indeseados que provoca la obligación de divertirse por antojo del calendario, a saber: desequilibrio de la ingesta alcohólica respecto a la de los frutos secos que han de mitigarla, desequilibrio circunstancial con pareja ocasional o estructural con la de siempre, desequilibrio del local y sus servicios respecto al precio de la entrada, temperatura exterior e interior y desequilibrio de esta respecto a aquella; desequilibrio, en fin, de apostura y atuendo de los participantes respecto a modales y conductas venideros. Todos se desarrollan, como dicta la termodinámica, in crescendo.
La combinatoria de tales oscilaciones se manifiesta en efectos secundarios imprevisibles (o previsibles si se conoce bien al beodo) como los siguientes: delirios de camaradería con extraños, llorera y/o micción incontinentes, carcajadas insensatas, aislamiento, aullidos, don de lenguas, diálogos de culebrón turco, mutismo pétreo, desesperación autolesiva, pérdida de conocimiento y rigidez con o sin temblequera, ambición suicida u homicida... En esos últimos casos, se recomienda acudir a las autoridades sanitarias y/o policiales.
Esas características no son, pese a todo, específicas, y podrían aplicarse a cualquier celebración programada (actualmente el 99%). Distingamos en las navideñas la existencia de un elemento modesto pero definitorio: el cotillón. Proveniente de un tipo de contradanza antigua, su objetivo sigue intacto: disolver la inhibición y acelerar un clima de euforia leve o llanamente sexualizado que ayude al fin implícito de la fiesta, logro físico y psíquico contradictorio con los desequilibrios mencionados. La bolsa de cotillón (o cotillón metonímico) se supone resalta tan libertino ánimo mediante la adición de gorritos de cartón y narices postizas.
Respecto al lugar del evento, sirve sobre todo para emprender conversación que lo compare con el del año pasado a favor o en contra o, caso de repetir, afirmar que es la última vez. Existe noticia difusa, no obstante, de maniático que lo celebró en su keli o mansión. Generando idénticos comentarios. Por otra parte, es normativo el aspecto de los asistentes más allá de edades y condición social, ellos y ellas acuden emperifollados con detallismo y uniformidad gracias a lo cual su examen periódico revela las fases del acontecimiento. Por este o similar orden decaen o desaparecen nudos, afeites, broches, cierres, gominas, elásticos, pendientes, hebillas, cremalleras… Resumiendo: se acude como los Reservoir Dogs al principio de la peli y se acaba como los Reservoir Dogs al final de la peli.
Al paso de los contingentes festeros, de ida o de vuelta, se recogen comentarios ya documentados en tablillas sumerias: «ya no hay juergas como las de antes» (cuñado), «la gente de hoy no sabe divertirse» (progenitor), «en mis tiempos sí la preparaba yo» (abuelo), «tú no preparas ni el desayuno» (abuela), etc.