Esta no es una crónica programada ni siquiera remotamente pensada sobre Islandia (Iceland) en este momento en que los talibanes hacen de las suyas sin parar pisoteando todos los derechos ajenos. Ahora que los americanos han abandonado Afganistán y el país y los talibanes han tomado el poder en Kabul, sí, cuando a mi mente acuden tres juguetones frailecillos exhibiendo con gozo sus patas y picos rojos hasta decir basta o abandonar la isla debido a la desaparición de las inexplicables suaves temperaturas sobre el barco vikingo entronizado en la orilla marítima de la anunciada capital donde todo el mundo forastero posa para tener un grato recuerdo de su vida perdurable, como nosotros, viajeros guiados por Nautalia ante el anunciado ‘sunfar’, obra del extraordinario escultor Jón Gunnar Arnason.
Mas antes de proseguir debo precisar que la formación del grupo viajero que conformamos esta salida a Iceland, país al que ha aterrizado bajo la promesa de un nada calcitante ni feroz sol ha sido posible gracias a la mejora de la pandemia originada por el coronavirus. Gracias a las vacunaciones, los test de antígenos y otras medidas el mismo se ha entregado esos días tirando a escasos al mundo de esta República Parlamentaria entroncada entre Europa y América del Norte donde el salmón mediante distintas preparaciones constituye la comida de un día sí y otro también.
En dicho viaje se desplazaba una persona que hacía bastantes años asociaba siempre al jugador balonmanista Sigfús Sigurosson con León, pues el pivote nacido en Reykjavik vistió, no lo olvidemos, la camiseta de nuestro magnífico equipo, el Club Balonmano Ademar. Particularmente me satisface que tal persona en ningún momento se haya visto tentada por la cesantía y decidiese abandonar el avión sino que como todos sus compañeros se mantuviese firme en tan escandinava decisión. Esta persona que aún se resiente un poco de tanta caminata, pero mínimo, pues el Radio Salil obra milagros. Esta persona que soy yo, quien suscribe. De Reykjavík tengo vivo con firmeza en mi cabeza el recuerdo de una casa blanca, pequeña, Hofdi, pequeña en dimensiones pero grande en el trascurso de la historia pues en ella tuvo lugar la cumbre de Reykjavik entre el presidente estadounidense Ronald Reagan a quien el alzéimer le arrebató su vida y el soviético, Mikhail Gorvachov, derivando en la firma del fin de la Guerra Fría entre ambos países. Con igual certeza retengo el Harpa Music Hall.
Ah, algo muy importante. Que no se me olvide. Un euro en este momento vale 145 coronas islandesas. Sépase, además, que el país sobre el que venimos hablando admite pagar aunque sea una cifra muy pequeña con la tarjeta bancaria. Eso y que resulta muy conveniente, además, probar las aguas termales de la Laguna Azul y contemplar un abanico de cataratas y fumarolas y géiseres esparcidos por el territorio de la bandera azul oscuro con una cruz roja bordeada por una franja blanca. Igualmente importa acercarse a los glaciares y las ballenas, delfines u orcas en un barquichuelo bote anfibio. En fin, sucede que aquí, en realidad, nos topamos, por lo común, la belleza en estado puro (tríos de ovejas, caballos pequeñitos tipo poney o los grandes que admiten golosinas, vacas, variados caballos, agua en abundancia). Por el contrario resulta monótono, triste, la oscuridad envolvente a diario, un frío crudo, duradero y las estrechas carreteras. Aquí donde te puedes topar una noche con varios trolls de cuatro dedos, unas greñas demoníacas, orejas de soplillo, ojos saltones y rabos extremadamente largos trasteando por el desván o bien a la mañana amistados con los campesinos ayudándoles a segar o algunos, especie de duendecillos, adiestrados en la perversidad envenenando las fuentes o raptando princesas. En cualquier caso unos y otros en su mayoría guardan parentesco con los noruegos y curiosamente suelen ser los regalos más comprados por los extranjeros, tal vez también por ser menos caros, aunque, insisto, no tanto, pero aún así en mi bolsa cayeron una parca amarilla con la etiqueta ‘ILSE JACOBSEN’ y varias menudencias más. A propósito de trolls, en la Montaña Lapona el último otoño que recuerda la bisabuela la cosecha de arándanos fue abundante. Hasta la propia bisabuela y algunos trollcitos apañaron varios kilos. Algunos los vendieron en el mercado y ganaron muchas coronas. Los otros los merendaron con azúcar junto con los trolls padres.
Trolls aparte. Casi desmayada por la emoción que recogen mis ojos asevero que todos o casi los elementos que nos rodean, regalados por la propia naturaleza, pueden convertir por sí solos un viaje cualquiera en agradable, gozoso, digno de repetirse. Eso impresionada. Impresionada mientras veo pasar la vida afirmo que nadie pone en duda tan atractivo resultado al entrar en contacto con Sergio Montesinos Medina, el cinéfilo, el valenciano afincado en Madrid, el contador de leyendas, el melómano con la risa puesta del derecho a diario, aquel cuya obra capital es su laboreo: brilli brilli, cuqui cuqui, ñan ñan, ahí está. Larga vida al guía Sergio Montesinos Medina. Sus ágiles exposiciones manifiestan conocimiento, consejo , opinión y empatía.
Brilli brilli, cuqui cuqui, ñan ñan, ahí está: el viaje recobrado, su reconstrucción
03/09/2021
Actualizado a
03/09/2021
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