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Brillo de castañas

20/10/2024
 Actualizado a 20/10/2024
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Brillantes y nuevas, las castañas de indias llenan los suelos de los parques y los bulevares. Es ver una y saltar el acto reflejo de pegarle una patada, rasa y de puntera, para que salga disparada, bailando por el suelo otoñal.

Entre los paseantes urbanos hay quien prefiere los plátanos de sombra y hay quien es más de castaño de indias. Por aquí somos de los segundos. Podría ser por sus hojas lobuladas o por su recia verticalidad, pero más bien tiene que ver con su configuración con estas fechas post-veraniegas, cuando los ojos agradecen amarillos y ocres en las copas de los árboles.

Caminando por José Aguado uno se encuentra igualmente las corazas de los frutos, con sus tiernamente amenazantes pinchos. O los pedúnculos de las flores, pequeños troncos con patas que, en ocasiones, pueden llegar a tener caprichosas formas de dinosaurios o perros. La pena son los frutos, esas falsas castañas, tan similares a las de los magostos y, sin embargo, venenosas para los humanos. Al parecer se usan para brebajes y pastilluzas de herbolario que prometen curar hemorroides y otras dolencias, pero no parece suficiente para compensar el desperdicio de todas las toneladas que se amontonan por ahí, esperando ser recogidas y vertidas sabe Dios dónde.

Si todavía sigue vivo el niño que llevamos dentro, estas castañas otoñales parecen atraer igualmente nuestras manos para arrojarlas inmediatamente en dirección a algo. Desde pequeños se nos advirtió que no lo hiciésemos, que el castañazo es prácticamente una pedrada y que podíamos cegar o mancar irreversiblemente a alguien.

Chris Stewart fue el primer batería de Genesis, pero luego se fue a la Alpujarra granadina a escribir y vivir despacio. Lo contó en un libro, ‘Entre limones’, que es hermoso y leve. Una vez hablé con él y me explicó que cuando él era un mocoso todas las escuelas inglesas tenían un castaño en el patio. Al llegar el otoño, los rapaces jugaban con las castañas, con el resultado de algún ojo morado o un moratón en el muslo cada temporada. Un día, relataba con pena, los mayores decidieron que aquello era peligroso y talaron los árboles de los patios. Stewart usaba esa historia para hablar del ‘Estado niñera’ y de cómo los poderes quieren decidirlo casi todo por ti, con la idea de que no estás capacitado para llevar tu vida como desees.

Pienso también en el castaño de indias que miraba Ana Frank desde un ventanuco del ‘anexo secreto’, su escondite en Ámsterdam. Cómo aquellas ramas desnudas, en invierno, y florecientes, en verano, la emocionaban hasta el punto de dejarla sin habla. La libertad en un árbol, me digo, y pateo otro brillante fruto, que sale saltando y corriendo entre las hojas caídas.

 

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