Ya con el pelo casi más largo que aquel Javier Bardem que me servía hace unos meses de analogía y con el cuello aún dolorido por esos malos sueños con sabor a tortícolis, el espejo me sigue respondiendo más o menos con el mismo reflejo, aunque acompañado de algunos cambios.
Resulta que me he convertido en el dueño provisional de un perro. Se llama Mou y es un tanto impredecible. Reconozco que, además del animal, no me puede gustar más su nombre, consecuencia de mi indiscutible afición por hacer de series como ‘Los Simpson’ buenos referentes porque, no nos engañemos, lo son. Aunque siempre he sido más de ‘Aquí no hay quien viva’ y pocas cosas me parecen más ‘parafraseables’ que las líneas de alguna de las viejas de Radio Patio.
Pero sin estirar más el preámbulo, a lo que me refiero es que si algo compagina bien con mi manera de enfrentarme al mundo, mi conciencia política y mi respectivo interés, es sin duda el ejercicio del humor. No puedo evitar encontrar la comedia en la ‘investidurilla’ que tantos quebraderos de cabeza ha dado a otros, como no pude evitar echar un rato largo y divertido disfrutando de los maravillosos memes que el jueves pasado hacían del tránsfugo Puigdemont un personaje desternillante entre idas y venidas.
El humor es lo que nos deja rehuir de santas normas al estilo «honrarás a tu madre» sin hacer daño a nadie. Lo que nos permite enfrentarnos a escenas de la vida cotidiana que merecen la pena, dejando atrás los escenarios de tensión y viendo las posibilidades que supone que este parezca ser sólo un país para viejos. Es lo que nos lleva a escribir bien el remite de una carta después de indicarlo mal como resultado del hastío de unos funcionarios vagos, asentados y acostumbrados sin que se nos contagie aun así su tedio profesional.
El humor es lo que convierte a colchones y alfombras habituales en elementos mágicos como en la historia de Aladdin, haciéndolos volar a través de los sueños que invaden las noches oscuras y las tardes calurosas en el salón. Te hace olvidar que en el mundo hay demasiados políticos queriendo hacer el mal al tiempo que abre la puerta a los diálogos y monólogos interiores de grandes obras de la literatura firmadas por el fantástico Carlos Ruiz Zafón.
El humor y la comedia y las risas que conllevan te obligan sin quererlo a entrenar el músculo de la empatía, te facilitan la tarea de meterte en la piel de esa juventud ausente en la vida pública, que ni protesta ni participa, y acercarte a quienes en primera instancia no presentan absolutamente nada en común contigo. El humor se levanta así como la más útil herramienta para seguir dejando revolotear a los pájaros en la cabeza. Y, en el fondo y en la superficie, definitivamente esa es la cuestión.