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La buena doctora, el buen doctor

09/11/2024
 Actualizado a 09/11/2024
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Hay médicos que abrigan con la palabra, reconfortan con la sonrisa plácida y reedifican con la mirada serena. De este modo ya vendan las heridas del paciente sin tan siquiera examinarlo. Ya le reconocen con su acogida cálida y cercana. 

A menudo, los pacientes acudimos angustiados a consulta; con sensación de intemperie y desasosiego. La que nos aflige cuando se quiebra nuestra salud y empezamos a notar multitud de síntomas frecuentemente amplificados por acudir a fuentes de consulta no del todo fiables. Temores que desencadenan –a veces sin fundamento– una tormenta existencial que nos resquebraja el ánimo. Ese desamparo se agudiza cuando entras en la consulta con tu hijo pequeño en brazos. 

Pero se te abren los cielos cuando la mirada médica es compasiva y auténticamente solidaria, sin tarima ni pódium. Eso nos sucedía frecuentemente cuando acudíamos a la consulta de la pediatra Begoña Sánchez, en el Centro de Salud de Eras de Renueva. Su sola presencia infundía serenidad. La seguridad de sentirse en manos benéficas. «No se te ocurra fumar», fueron las últimas palabras que le dijo a mi hija mayor cuando cumplió los catorce y, después de toda una vida a su buen recaudo, hubo de hacerse un cambio de tercio. Pero afortunadamente el testigo de su cuidado quedó a manos de otro buen doctor. El doctor Carlos Merino, que ejercía en ese mismo consultorio y del que hace unos días hemos conocido la noticia de que se ha producido su ganada jubilación. Jubilosa para él, no tanto para sus pacientes.

Recientemente leía unas reflexiones del filósofo José María Esquirol que asegura que «no hay que patologizarlo todo; la dificultad de la existencia no es una enfermedad. Esa es la mirada médica», así es la de doctores como Merino, que siempre reparaba ánimos con su oportuno consejo y acertado diagnóstico alejado de cualquier alarmismo inoportuno.

Sus pacientes le recordaremos siempre por su cercanía, dedicando el tiempo necesario para permitirte desahogar tus temores, aclarar tus dudas, esforzándose en que pudieras entender las posibles causas de lo que te sucedía para poder asumir las consecuencias. Llamándote por el nombre de pila mientras te miraba a los ojos. Con la cercanía, calidez y calidad del maestro bueno que rezuma humanidad.

Se sabía bien cuál era la puerta de su consulta. En derredor un creciente número de personas que esperaban, pacientemente, ser atendidas por don Carlos.

Será difícil olvidar su asistencia cálida y el sentido del humor campechano. La mirada diáfana y reparadora que ya era de por sí terapéutica. 

Recuerdo cariñoso para la doctora Begoña Sánchez y el doctor Carlos Merino. Y gratitud eterna para ambos. De parte de todos los que tuvimos la fortuna de ser atendidos y curados por su buen hacer y humanidad.

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